“TIPAS”           

MONÓLOGOS​​ PARA UN ESPECTÁCULO​​ de José Simón Escalona

 

PERSONAJES:

 

SOR RITA, por amor al prójimo.​​ 

LA VIUDA, y su método para matar.

LICENCIADA, la revancha contra el machismo.

LA CULOMÁNTICA, el futuro por detrás.

 

 

 

DEDICATORIA:

 

A Nacarid, actriz, mi hermana menor, por su infatigable energía para inventar.

 

A Maigualida, actriz, mi​​ hermana, por las​​ heroínas que representó en mis primeros montajes de teatro.

 

A​​ Angélica, bailarina, coreógrafa, productora, directora​​ y maestra, mi hermana, porque por ella mantengo la fe en el Teatro.

 

 

Febrero 2013

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SOR RITA​​            

 

MÚSICA RELIGIOSA. EL ROSTRO DE UNA MONJA ASOMA POR LA VENTANILLA DEL CONFESIONARIO.​​ 

 

SOR RITA: ​​ ¡Ave María Purísima! Confieso, Padre, que soy pecadora. ¡Le pido perdón! Perdón por no esforzarme lo suficiente, por fallarle en la inconstancia de mis oraciones, por quedarme dormida del cansancio, por callar cuando debí protestar. Perdón por mis faltas, perdón por mis errores, perdón por los pecados. No es que los míos sean más atroces que los de la mayoría, al menos no es mi intención faltarle al de arriba. Llevo años pidiendo perdón.​​ 

  Soy huérfana, me acostumbré a las burlas: la pobrecita​​ tan cursi y pendeja, abandonada en el portal de una casa de ricos que prefirieron entregar el paquete a la policía. Así fui a parar al orfelinato según me contaron las monjitas. La más viejita de todas se ocupó de cuidarme. Ella me puso Rita por la Santa, porque llegué al orfanatorio en el día de la apoteosis de Santa Rita, por eso soy devota y sigo su vida como ejemplo.​​ 

  Rita era una mujer pía que tenía un marido pendenciero y brutal que la maltrataba. Uno de sus milagros le salvó la vida, como yo espero que algún día ella salve mi alma. Rita era la víctima de un macho incivilizado, un militar. Como todo soldado, el hombre pasaba días en la guarnición de la que era comandante, lejos de su casa y cuando regresaba de sus escaramuzas, con el temperamento de un demonio, se desquitaba con la pobre Rita cayéndole a palos, zanjándola a machetazos por cualquier nimiedad. Una vez, Rita pensó que haciéndole todos los manjares que le gustaban al marido, no la golpearía; así que descuartizó gallinas, cerdos, animales de cacerías, conejos y pescados, codornices y gansos, cereales, granos en potajes, papas y legumbres, quesos y panes, todas las tortas y dulces que hacían relamerse al iracundo castrense. Tenía todo dispuesto en una mesa muy bien servida, cuando le avisan los hijos que el padre se acercaba a la casa. ¡Ay, bendito! Se armó un revuelo de sustos, miedos, correcorres, y una gallina piroca en su revolotear puso su gracia, o desgracia, en el mantel de la mesa. La pobre mujer agitada no tenía tiempo a limpiar o cambiar el mantel, así que tomó un plato de latón que tenía a la mano, y tapó la guate con el platico. Entró el soldado con su voz atronadora, sus crueles modales, y al ver la mesa llena de tantas exquisiteces, el bandido gritó: ¡Vergación, Rita, en esta mesa lo único que falta es mierda!; y la piadosa mujer, levantó el platico y le dijo, aquí está. Un milagro. Esa era Santa Rita, patrona de lo imposible, que ante la muerte del zángano del marido y de sus pobres hijos, se convirtió en monja, como yo.​​ 

  Yo me quedé en el convento de sirvienta y a los dieciséis años fui de enfermera aprendiz al hospital de caridad. De caridad, porque eso era lo que yo quería, entregarme íntegra a la caridad, a consolar a los más desasistidos, a los enfermos, a los abandonados en su dolor.​​ Yo soy una experta en el dolor. En el ajeno y en el mío propio. Por eso entregué mi corazón a Él, sin resentimientos ni mal agradecida, para darle una manito con los hombres.​​ Trabajando en el hospital público, me dolía de las almas olvidadas en el sanatorio, así como me pasó a mi cuando era una niña. Los hombres están llenos de dolor y necesidades, y yo, por amor al prójimo, comencé a auxiliarlos de la única manera que podía. Compensando con un poco de placer tantos dolores. El dolor y el placer. ¡Qué cosa tan grande y profunda! Aprendí como nadie a aliviar las urgencias masculinas.​​  Me hice una experta en la puñeta. Yo no estudié enfermería, soy eso que llaman una autodidacta, o una bruta, inculta, pues… Pero aprendí mucho escuchándole los cuentos a las viejitas que no tenían quien las oyera allá en la misión.​​ Aprendí a aliviar los dolores físicos que causan el estar inmóviles en una cama. Me ponía agua mentolada en las manos y les frotaba la espalda, los brazos, las piernas… ay, mi madre, y ahí me encuentro con un prójimo que tanto manoseo le puso la pata tiesa, ya sabe a lo que me refiero, la virilidad, duro, pues… el hombre se puso a llorar, yo estaba conmovida como todas las mujeres cuando vemos llorar a un hombre, me rogaba que le diera un poco de descanso… y me llevó las manos al miembro… yo nunca había tocado algo así, me quedé pegada, y el individuo excitado, comienza a gritar: Mi Rita, mi Rita. Dentro de mí virginidad, se revelaba una nueva emoción, nadie nunca me había dicho que era suya: ¡Mi Rita! ¡Qué bello sonaba! Y con qué gusto me dediqué al furruco. El enfermo se entusiasmó más, retorciéndose como un poseído, gritaba con mayor energía: “mirrita, mirrita”. También yo caí en estado de gracia, un arrobamiento no tan espiritual pero un auténtico éxtasis al fin. El hombre se desmayó. Entonces me di cuenta de mi grave error médico: con las manos untadas de mentol le tenía ardiendo el piripicho al paciente. Y en vez de mi Rita, lo que gritaba era “me irrita”. El condenado murió al poco tiempo, no por eso por supuesto, todo lo contrario, pues me dijo, en los últimos estertores, que su mejor experiencia me la agradecía, que yo era un ángel, porque a pesar de todo, nunca había sentido algo semejante, el límite entre el dolor y el placer. Entendí mi misión: antes de que se fueran al más allá, debía recompensar a los hombres, como Santa Rita con el marido.​​ 

  Pasé a las labores orales. La primera vez fue con un enfermero que estaba dispuesto a dejar el trabajo en el hospital porque no aguantaba aquel ambiente de sufrimientos, lamentos, muertes, y no encontraba consuelo el buen prójimo; dejándome llevar por mis instintos compasivos, le mesaba el pelo, mejor dicho, le acariciaba el cabello, porque el pelo es otra cosa… bueno, le tocaba el cabello abundante, rizado, negro y sedoso. Volví a mis trances misericordiosos, y caí de rodillas, delante de aquel muchacho que olía a mercurio cromo y lejía. Yo le pedía que dejara de llorar, lo animaba sobándole las piernas como a los enfermos, y de repente veo un tuyuyo que comienza a levantarse en el uniforme. ¡Ay, mi madre! Tremenda carpa; un bicho con tanta fuerza que rompió los botones de la bragueta y salió aquel monstruo reluciente y aún más brillante que su cabellera. Yo pensé que era una especie de revelación divina y sentí como una mano que me empujaba por la nuca hacia el miembro alebrestado. Y abrí hasta la garganta. Como dicen por ahí, completica, hasta los tequeteques. Trémula, pensando que iba a devolver lo poco que comía apenas una o dos veces al día; levanto la mirada hacia aquel miserable muchacho que cambió su gesto de dolor por una sonrisa, una mirada, gestos y gemidos de místico gozo; mi enajenación me llevó al delirio cuando lo escuché decir: “¡ore Sor Rita, órele por mi alma que recula, no deje que me eche para atrás!” Bueno, eso fue lo que yo creía que decía, estaba en trance, escuchaba campanas y aleluyas. Confundida sentí que aquello era… una comunión. ¡Ay, qué pena! Me volví adicta, la cosa se repitió, hasta que una vez escuché clarito lo que me decía cuando estaba a punto de… bueno, de soltarse. Lo escuché sin que me quedara duda de sus palabras, con dicción de narrador de noticias y la mala intención de burla, me dijo: Zorrita, disparo mejor el arma si me oras el hueco de atrás. (PAUSA, SUSPIRA)​​ 

 Mi vida cambió, así como cuando la gente se hace famosa y todo el mundo la quiere y la busca, algo así me sucedió, pues hasta los doctores comenzaron a verme de forma distinta, una sonrisita, una caricia, una solicitud: Sor Rita para acá, Sor Rita para allá. “Usted es lo mejor de este hospital Sor Rita, yo me la llevaría para mi casa”. Ay, doctor, cómo me dice esas cosas, yo soy una monja, una hermanita de la caridad; era el mismísimo director del hospital que me propuso un curso de mejoramiento profesional: “En nombre de esa caridad, Sor Rita, le voy a enseñar a hacer masajes de próstata”. ¡Uju! Caí en cuenta que todos los hombres no son tan machos, dicen que le asuntan los exámenes de próstata, que les duele que los jurunguen por ahí, que ahora los laboratorios hacen la prueba con solo una muestra de sangre. No, nada sustituye el dedo, bueno, los dedos para ser más exactos. Se comienza con un dedo, el índice primero, dándole vuelticas, sin traspasar el esfínter, que siempre opone resistencia endureciendo el anillo anal. Una vez abierta la puertica, para usar un eufemismo, decides pasar al dedo medio, que es más largo y llega más allá, buscando en lo profundo. Después sigue la señal de la suerte: se cruza el dedo medio y el índice, como cuando quieres que algo se dé de verdad, o cuando ligas que gane tu partido en el juego de beisbol, o que canten el número que te falta para el bingo, en fin, cuando esperas que pase algo bueno, cruzas esos dedos de la buena suerte, y ¡zuass!, la gozadera. El hombre comienza a gemir, entra y sale, ¡más adentro!, te exigen, ¡más abajo… más arriba!, te guían, como quien busca el punto G, pero varonil, hasta que por fin, consigues la próstata, la temida y aterradora próstata masculina, ahí, agazapadita, esperando que la tientes y el macho alcance el clímax total, un nuevo milagro de Santa Rita. (TOMA AIRE, UNA PAUSA) Un banquete hasta con su pupucita.​​ Juntos el​​ dolor y el placer, lo bueno y lo malo. Por amor al prójimo. Yo soy Sor Rita, la que todos quieren conocer para gritar de placer. Y pido perdón por mis pecados.

 

LA MONJA HACE LA SEÑAL DE LA CRUZ.​​ 

OSCURO.-

LA VIUDA

 

LA VIUDA DE NEGRO, LENTES OSCUROS, SENTADA EN LA ANTESALA DE LA CAPILLA ARDIENTE, CON UNA COPA DE CHAMPAGNE.

 

LA VIUDA.-¡Salud! Champagne, queridas, gracias por las condolencias. Un funeral con champagne y rígido traje negro, dos cosas que me son naturales. Mi mamá contaba que yo le salí carísima cuando estaba embarazada de mí. Le cogió fobia al agua, a los refrescos gasificados y a los guarapos de papelón y limón. Lo único que soportaba era el Champagne, el vino burbujeante francés, porque de nonata ya sabía reconocer cuando me querían engañar con un cava barato o un simple prosecco. Si no era champagne de la región de Francia con denominación de origen, me lo tenían que engañar en cocteles, licuándolo con unas fresas congeladas, eso que llaman “Pato Frío”, o con naranjas, el reputado “Agua de Valencia”. Ambiciosa antes de nacer, queridas, de lujos y etiqueta negra. Doy una vueltica para que vean el modelito. Es de marca, no voy a decir cuál porque nadie me está pagando y yo no hago nada de gratis en esta vida. Aquí estoy para enterrar a mi cuarto marido, y no crean que me importa un carajo que me llamen la viuda negra, o como le oí decir a una envidiosa en la entrada de la capilla: “la tipa asesina”. Pues sí, querida, yo sé de la inquina que provoca entre las mujeres una viuda adinerada, con todo en su lugar, alegre y con garbo. Apenas me gradué de bachiller, en un colegio privado de Santa Mónica, me inscribí en Arquitectura; ya en esa época se comentaba que los mejores partidos estudian en esa Facultad, y si, casi todos eran “partidos”, y algunos necesitados de esconder sus preferencias sexuales, sobre todo el decano de la escuela que se enamoró perdidamente de mi mejor amigo y compañero de curso que me confesó sus habilidades para atrapar a los hombres con sus mañas sexuales, él fue mi primer maestro y me propuso como un negocio que me casara con el profesor para que pudieran vivir su tórrido romance y exprimirlo. Mi acomodado marido me triplicaba la edad y murió en la luna de miel en pleno acto sexual con nuestro padrino de boda. Conseguí mi primera herencia. No fue mucho porque la tuve que compartir con mi amiguito, y además tuve que defenderla como una arpía, pues la familia del profesor pretendió dejarme sin nada, pero los chantajee con revelar la verdad de la trágica luna de miel. Me hice un modesto closet de viuda con apenas diecinueve años. Me sienta bien el luto. Entonces me dediqué a visitar las esferas de la alta sociedad, especialmente de los viejos ricos. Yo me di cuenta que cuando una sale con un viejo adinerado, no solo despierta la envidia sino que una se convierte en una fuente de lascivias. Claro, queridas, todos los hombres quieren probar de tu maná; y una le pone precio, no es que sea tan vulgar para servir una noche por unos cuantos billetes, ay, no, querida, eso tienen que hacerlo las que no tienen con qué, las prepagos… una aprende a valorarse, mejor dicho, evaluarse en el mercado, y sabe que el precio comienza por poner condiciones… la primera, que el tipo ronde los setenta años. Ay, mis queridas, los viejos con real no huelen a rancio, sino a perfume caro. Se vuelven chochos con eso que llaman “el último amor”. Un viejo en los setenta con una tipita de veinte la convierte a una en el caramelo, en el premio del pureto, la gloria del don. Te miman, te consienten, te acurrucan, y no te vayas a creer, querida, tampoco es que sean despreciables en cuanto a los placeres en estos tiempos milagrosos de la “farmacoayuda”. Una comienza agradeciéndoles su simpatía, dice sentirse atraída por la sabiduría de la edad y la experiencia. Admiras su inteligencia, sus conocimientos, su mundanidad, su cortesía. A todos los viejos los mata que les hagan creer que son distinguidos, ¡qué otra virtud tiene mayor grado de resplandor sino la elegancia! Tú le dices que eso si, que no vas a exponerlo a la vulgaridad de exhibirte con una amante, que eso no se corresponde con su prestancia; y dejas claro que no te interesa su dinero; cuando te regala algo le reprochas: “ay, mi galán otoñal, que vergüenza, si me sigues dando tantos regalitos me voy a sentir como si te estuviera chuleando. ¡Ay, qué horror, que vulgaridad…!” Pero exhibes los regalos, te muestras feliz y orgullosa, y el viejo sigue pichando. Y ahí pones la segunda condición: se tiene que casar contigo. Le pides matrimonio o “nanai nanai” de aquella… Le exiges que se haga capitulación de bienes, separación de su fortuna para no quedar como una interesada ¿entiendes? Una no descubre que no tiene nada, si eres una principiante, pero una declara un apartamento en La Florida, un Mercedes Benz que está en el taller, y algunas joyas Cartier y Tiffany que tienes guardadas en una caja fuerte bien lejos de este pobre país. Después de casada, le aclaras que el apartamento lo tienes hipotecado y el viejo salda el pago al banco, con lo cual te compras tu primer apartamento. No tienes para pagar el Mercedes porque se te olvidó solventar el seguro, y el viejo te pregunta cuánto cuesta la reparación… te arreglas con el mecánico, y sales con tremenda nave. Y lo de las joyas, bueno, ya tu sabes, lo llevas de paseo a “Bal Harbour” en Miami, por ejemplo, y le dices, estos zarcillos son el juego del collar de Tiffany que yo tengo, me encantaría completar la colección… casi seguro que esa noche te lo llevan al hotel, como una sorpresa. Así mismo descubres una joya gemela en la casa Cartier de Place Vendôme en París o Harrods en Londres o La Quinta Avenida de New York. Cada regalito, le das su compensación al viejito… La tercera condición es que tú no quieres quedar en la calle cuando sus socios o su familia original te quieran tratar como a una tipa cualquiera. Le comentas de un Fideicomiso en un banco en Suiza. Porque una tiene que aprender de economía, generalmente los mismos veteranos te instruyen si tú sabes cómo entrarles para que te enseñen a no pelar en la vida si él te deja… o se muere; te convierte en fideicomitente. Y llegamos al punto álgido, ¿verdad? Al quid del asunto, a la cuestión: ¿Cómo se convierte una, lo más rápido posible y sin que quede ni asomo de sospecha, en la viuda de tan elegante carroza? Voy a darles unos tips, porque tampoco es que por la entrada que están pagando les voy a regalar mi conocimiento, mi experticia, el “know-how”, como dicen los americanos. Comencemos por los procedimientos médicos. Lo llevas a un supuesto doctor que le diga que esta como una uva y le recete viagra. Luego le​​ exiges más julepe del que pueda resistir; y así hasta te libras de culpa, querida, pues el libidinoso muere como San Lucas… ¡harto! Estoy segura que desde el otro lado me sigue queriendo mi segundo marido. Tan bello mi viejito, queridas… y tan bella yo que antes de los veinticinco ya tenía dos apartamentos, varios carros, algunas joyitas, un fideicomiso y más sabrosa que nunca con tantos tratamientos de belleza en fabulosos Spa, masajes, piling, botox... Por unos años disfruté mi soltería, pero me excedí en los gastos suntuarios. Necesité un tercer marido. Ese ya tenía ochenta, así que fue una presa fácil. El mismo recorrido, apartamento en París y la ciudadanía americana que le costó un realero en abogados de La Florida. Por cierto, antes de ese viejito tuve un jujú con un entrenador fitness, parí un hijo que el viejo reconoció como suyo, tan engreído el octogenario, le puso su apellido dándoselas de que todavía soplaba. El carajito me salió marico, y los hermanos mayores que llevaban años intrigando contra la parte que me tocó de la herencia, descubrieron el complot, lo obligaron a hacerse las pruebas de ADN y quedó al descubierto que no era hijo del viejo, que le habíamos metido su paquete chileno. Tampoco se angustien, queridas, me quedaron mis cositas, y sobre todo la experiencia para manejar el arma más poderosa y letal que tenemos las mujeres. Paso a los consejos prácticos. Yo tengo una técnica que puedes ejercitar en cualquier momento, lugar y sin necesidad de llevar ropa de licra ni espantosos zapatos de goma. ¡Voy a darles una demostración! Párense las que quieran y sigan mis instrucciones, queridas. Ahora, cierren los ojos, concéntrense en la respiración, inhalan, exhalan… mantengan la postura y la respiración constante… ahora pon tu mente justamente ahí, en tu cajita del tesoro, visualiza el interior de tu vagina… háblale con tu mente, con sinceridad, amistosamente, cuéntale de ti, de tus ansias y angustias, necesidades, pídele su colaboración, su solidaridad femenina… Vamos concéntrate, piénsalo, visualízala, ordénale… aprieten esas nalgas, carajo, y obliguen a que la vagina haga el mismo esfuerzos… Vamos, a la una, a las dos, a las tres… ¡Jalen bien con esa cuchara, muchachas!​​ Treinta veces al día. Agotador, ¿verdad?, pero efectivo. Una guillotina, pues.​​ (PAUSA) Ya se pueden sentar, queridas, ¿Se dan cuenta qué fácil? Hasta en una funeraria mantenemos la gimnasia, les aseguro que tienen entre las piernas un arma infalible. Aprendan de mí, queridas, aquí estoy velando a mi cuarto marido. Recuperada mi fortuna, regreso a la buena vida. Un último consejo, queridas, consigan su pasaje directo para el glamur y la opulencia, olvídense del amor que nunca paga,​​ cójanse​​ a los carajitos y​​ a​​ los grandes carajos, pero encuentren su viejito con real, y enviuden rápido con mi famoso​​ método vaginal: “aprieta y mata”. La buena vida las espera, y no olviden llevar el luto con elegancia. Buenas noches, queridas.

 

OSCURO.-

 

LICENCIADA          

 

LA LICENCIADA ENTRA AL PÓDIUM. VISTE PANTALONES OSCUROS, CHAQUETA EJECUTIVA, CAMISA ROJA, UN COLLAR ENORME DE BOLAS ROJAS Y CUATRO PULSERAS COLORADAS. LOS ZAPATOS DE TACÓN ALTO Y ENCARNECIDOS.

 

LICENCIADA.- Buenas tengan todos. Soy la Licenciada Rondón, nueva Gerente General de la empresa. No me gustan las presentaciones formales, así que hablaré claro y raspa’o ante ustedes, los trabajadores a mi cargo. Nací arrecha, y sigo cada día más arrecha. Lo digo sin tapujos ni vergüenza. Eso sí, no voy a decir que sin complejos. Todos tenemos nuestros “complejos”. Un término del psicoanálisis sobre los sentimientos inconscientes que determinan, por ejemplo, una estereotipada arrechera contra el machismo. Una arrechera femenina, o feminista, una guerra. Se los voy a decir de un solo carajazo para que no quepan dudas: a mí los hombres, debajo de los tacones. No hay macho que logre colonizarme, para usar un término que está de moda; porque el que se atreve recibe su coñazo, yo no me quedo con vainas. Me sabe a mierda que el macho sea presidente, o ministro, o alguacil o cualquier vaina con pistola y billete en el bolsillo. Soy una mujer que luchó mucho para ser licenciada, y que ahora no me dejo avasallar por ningún gran carajo. A los hombres los pongo en su lugar, incluso en la cama, yo encima, dominante, sexista, porque tampoco es que me van a joder con que soy una cachapera engavetada, no, carajo… no se trata de eso, sino de imponerme, yo no me dejo “cayapear” por ningún varón. Soy del Guárico, de los llanos centrales, como quien dice: al estilo Doña Bárbara. Mi madre era una mujer sumisa, una güevona más,​​ que ni siquiera levantaba la voz; y mi hermana mayor, la Rosita, también heredó la mudez que venía de mi abuela paterna. Una cuerda de pendejas que no desarrollaron el guargüero por miedo a los machos. Vivíamos en un rancho de bahareque con patio de tierra y techo de latón en los predios de una hacienda donde mi padre trabajaba de peón. Él si era un verdadero​​ pendejo, allá en la casona le metían el dedo en el culo y se quedaba mansito, pero en la casa, no joda, ahí se las echaba del tirano Aguirre, del Mocho Hernández y el Catire Páez, por nombrar algunos vergatarios machistas; en la casa sometía a mi abuela, que murió a los noventa años, a mi mamá y a mi hermana mayor. Y no me nombro porque yo si me le planté un día con un machete en la mano y le dije: “¡Mira, cabeza de güevo, si me pones la mano encima te cortó la pinga con esta verga, te pico en pedacitos y hago sopa pa´​​ los cochinos, no joda!” El carajo se quedó tieso, yo tenía ocho años y me la pasaba escuchando las groserías que decían los coño ´e madre. Lo primero que les quité, fue el lenguaje, las indecencias, el descaro de sus vulgaridades, su violencia verbal, así que no me vengan con que tengo un vocabulario prosaico; tengo el idioma de los machos para desenvainarlos. Asumí la jerga que usaban cuando jugaban dominó en la bodega de Marga Rondón.​​ Esa si era embraguetá de verdad, la Marga era una tipa que tenía al diablo en la cuchara, por eso me fui a donde ella cuando amenacé al cabrón de mi papá, y le pedí auxilio: “Marga, enséñame como controlar a los hombres, porque yo no me voy a calar el imperio de los machos, y mucho menos el de mi taita”. “¡Verga! ¡La carajita​​ se alebrestó!” y se echó a reír;​​ cagada de la risa me dijo que si ella hubiera tenido una hija le habría gustado que fuera como yo, por eso me ayudó: “¡Esta noche te escondo en la pieza, y mañana te montó escondida con el jabeguero que me debe una fortuna por tanto sancocho de cuca!” Lo primero que aprendí de la Marga fue a despreciar a los hombres. Apareció el pendejo de mi papá porque le chismearon que me escondí en la bodega; la Marga lo trajo para la pieza, y cuando el muérgano se disponía a revisar, la mujer se descubrió una teta, no joda, como si fuera una amazona, y le gritó: “¡Deja la calentera, Guanipa, y bebe de ésta, y si quieras de ésta, te vas a tener que poner de rodillas, porque si me arrechas con tus acusaciones te parto ese culo!” Al güevón se le cayó la baba y los pantalones, yo me quedé quietecita, le vi la excitación, que no vayan a creer que era gran cosota, como la mayoría de los machos que les gusta joder a sus mujeres, una cuerda de “pingacortas”. La Marga hablaba en voz alta para que yo aprendiera, como en un adiestramiento: “¡Guanipa, primero te voy a poner una vaina en el miembro para que no te vayas como los gallos!” Y se reía la condenada; y el viejo, mansito, apendejea´o… no decía ni pío… “¡Esto es cuerno ´e ciervo con mentol chino que retarda el final y le pone fuego a ese toconcito que tienes ahí…!” El carajo se la pedía vuelto una melcocha. “¡Viejo pendejo, a esta catalina con papelón la tienes que convencer con lengua!” Guanipa, se le arrodillo y la Marga le ordenaba: “Háblale suavecito, catequízala, no joda…” Bueno, no voy a seguir siendo tan explícita no vaya a ser que me acusen de pornográfica. Mi papá se puso a llorar y le contó a la Marga que nunca imaginó que su hija pequeña le iba a hablar como un varón, que esa carajita tenía guáramo, que no se dejaría joder por ningún marido. Yo me quedé dormida, consolada por el llanto de mi taita. Al día siguiente estaba escondida en el almacén del jabeguero, con un cuchillo en la mano que me dio la Marga por si acaso.​​ Así salí con destino a la capital, armada con un puñal y un bolsito que me encomendó mi salvadora. Llevaba una carta, un papelito con una dirección y una fajita de billetes que tenía que proteger con mi vida. La Marga me ató a la cintura el bolsito porque todavía tenía las tetas chiquitas, antes de la​​ operación respectiva, porque tipa que se aprecie se monta unas tetas en lo que tiene real y posición. Navegué el Orinoco desde Cabruta del Guárico, hasta salir al mar por el Delta. Yo me sentía una fiera enjaulada, viajaba escondida para que los machos no me jodieran, y el capitán apenas me llevaba comida: casabe con arroz, cazabe con plátanos, casabe con guarapo… flaquita, no joda, de tanto casabe.​​ Ya estábamos cerca de La Guaira, cuando una noche de tormenta el jabeguero me quiso violar; ¡Ah!, pero ni se imaginaba que yo estaba armada, así que le espiché una bola con la punta afilada del cuchillo y huí en una canoa. Llegué a la Guaira dos días después; “descoñetada” por el vaivén, el calor, y el hambre. Subí a Caracas en autobús, y desde el terminal del Nuevo Circo me fui a la dirección que tenía anotada en el papelito, resultó que era la casa de la mamá de la Marga, que vivía en El Pedregal, el barrio que está en pleno Country Club. ¡Coño, me saqué el premio! La viejita me puso a estudiar: “para que sea una mujer de bien, y no una cualquiera como mi hija”. Me inscribió en un colegio donde un mocoso se burló de mí por campesina. Coño, me le arreché, me salió el Rondón, porque yo llevo el apellido de la Marga, la viejita siempre creyó que yo era la hija de ella, la nieta suya… tipo telenovelas. Y reaccioné como si fuera diputada a la asamblea, armé un verguero y jodí al carajito, le moché el pelo y le bajé los calzoncillos delante del recreo. Terminé la primaria sin que más nadie se metiera conmigo;​​ y estudiando bachillerato en el liceo Gustavo Herrera, un malandro, pistola en mano, quiso abusar de mí, y se la mié, al güevón; le quité el arma y lo hice correr desnudo por todo el barrio, haciéndolo brincar mientras le disparaba a los pies. Ahí me gané fama de arrecha en El Pedregal. Me gradué de bachiller con un promedio de diecinueve puntos, sobresaliente, aunque fue un día muy triste. El malandro que ofendí, mató a mi viejita.​​ ¡Coño que arrechera contra el muy cobarde!, por ahí debe andar todavía, pero sin la paloma, que se la malogré en justicia antes de graduarme. A mí la universidad me dio el título de Licenciada Summa Cum Laude, pero la experiencia me la dio la vida. Para llegar hasta aquí me llevé por delante a una cantidad de abusadores. A todos les rompí las bolas. Al primero que puse en su sitio fue al jefe del banco donde comencé como pasante. A ese lo grabé con una cámara, fui al departamento de Recursos Humanos y lo denuncié por acoso sexual. El segundo fue en una reconocida empresa de cervezas, me nombraron Gerente de Planta, mi primer escalón ejecutivo, pero había un coño de madre que me miraba con una sonrisita de medio lado… me fue arrechando hasta que lo encaré: “Tú crees que yo no tengo bolas para joderte, marico”. Lo descubrí ante el sindicato como rompehuelgas y ya se imaginan lo que le rompieron. Abrirme camino en este mundo machista es el desafío, un reto constante. Yo no uso faldas porque se me ven las pelotas. Y el que crea que puede descalificarme tratándome de malcogida y güevonadas de ese tenor, lo reto a que lo diga delante de mí, que pase por mi oficina y se atreva sin cagarse en los pantalones, como mi papá oliéndole la totona​​ a La Marga con lágrimas en los ojos. Por cierto, La Marga se metió a la política, esa si es verdad que tiene jodidos a los hombres, fue haciéndole favores a las mujeres del pueblo hasta que la eligieron primero concejal y después alcaldesa, un día de esto llega a gobernadora, y como están las vainas en esta país, coño, de repente se sienta en Miraflores, presidenta, carajo. Precisamente mi próximo paso es sentarme en la junta directiva como socia de la multiseguros, y desde ahí voy a echar más vaina que el carajo. Todavía soy soltera porque los hombres en este país son una cuerda de “güelefritos” que les tienen miedo a las mujeres inteligentes y cuatriboleás. No me niego a tener un marido, pero no me conformo con un mariquito, yo quiero un hombre decente, un hombre que asuma su condición de segundo de una mujer arrecha. Un carajo, sin complejos, que cambie los pañales y cocine mientras yo trabajo, porque llegó la hora que los hombres estén al servicio de las mujeres. Esa se las debo a mi abuela paterna, a mi vieja, a mi hermana mayor, a la mamá de la Marga… y a todas las mujeres arrechas de este país. Aquí me tienen como su jefa, con todos mis complejos y mi arrechera a cuestas. La Licenciada Rondón, no joda, sin que se me arruguen los cojones. La que tiene el poder en esta verga pero sin dejar la arrechera. Si todavía queda algún valiente, un candidato a primer caballero, puede escribirme a mi Twitter: @arrechayconcojones.

 

OSCURO.-

 

 

LA CULOMÁNTICA         

 

UNA BRUJA DE LUJO RECIBE AL PUBLICO EN SU CONSULTORIO,​​ AL​​ ESTILO​​ PSICÓLOGO,​​ TIENE UN DIVÁN Y SU POLTRONA.

 

CULOMÁNTICA: La confusión. Vivimos en la anarquía. Todos en el engaño y la mentira. Es el sol del trópico que le achicharra el coco a la gente. La resolana crea espejismos, inventando monstruos terribles y no solo en la mente de los niños. Aquí viene la gente en medio de su confusión, buscando explicaciones a sus angustias, esperando que el futuro mejore su presente y pueda borrar lo pasado. Yo tengo un poder para ver ese pasado en el presente y augurar el futuro, pero no leyendo las manos, ni las cartas, ni el tabaco, ni el café. Yo leo el culo. Soy​​ Culomántica. No hay error ni fracaso que no se note en la rajita, en cómo se pliegan las nalgas para ocultar el huequito. Un culo no miente.​​ 

  Mi prodigio comenzó en el cerro, el barrio donde me fui a vivir después que me escapé de mi pueblo. Resulta que un embaucador me prometió matrimonio, pero nunca se casó conmigo y yo decidí que no le daría hijos al desgraciado. Me enredó porque yo era una carajita. Me pintó castillos en el aire. Me habló de amor. Pero resultó ser un pervertido que hasta me jugó en un lance de dados. Más que en su mujer me convirtió en su enfermera. Era un verdadero maniático, hipocondríaco, que solo sentía alivio con inyecciones de cloroformo, un anestésico alucinante que nos extraña del mundo hasta el limbo de la ociosidad. Todas las tardes le bajaba los calzoncillos manchados y asomaban las enormes nalgas peludas del desgraciado que después del pinchazo entraba en una especie de trance, se metía en el chinchorro como un pachá para reencontrarse con su raza, como decía en sus delirios. Un más allá misterioso donde lo recibían sus ancestros, indios del caribe, sin cultura y desprecio por el trabajo. Yo en cambio me afanaba como una burra de carga, haciendo cualquier encargo para alimentar al desgraciado mientras él pasaba todo el santo día echa´o, con la flojera consumiéndole los huesos y esperando el maná del cielo, o mejor dicho, de esta pendeja. Al día siguiente se levantaba en su modorra y se iba a jugar, a tomar licor, porque esa era la idea que él tenía de la vida: ron, diversión y malas mujeres. La misma filosofía de todos los hombres del pueblo. Y yo esperando que el desgraciado trajera algo para la casa, pero​​ nada, ni el coroto le servía​​ cuando regresaba de tanto gozo que le daba con las putas del bar y la casa de juegos, que eran la misma vaina. Solo regresaba a casa para que le pusiera su inyección. Esa habilidad fue lo único que me quedó del desgraciado. Huí del pueblo, alquilé un rancho en un barrio de la ciudad y puse un anuncio en la puerta que decía: Se ponen inyecciones. Así me ganaba la vida y así fui conociendo a todo el mundo por el culo, descubriéndoles las mañas, las desgracias, las amarguras y​​  ​​ ​​ ​​​​ sobre todo los secretos de sus perversiones.​​  

 Los​​ culos comenzaron a hablarme. Un vecino pelaba esas nalgas y yo escuchaba clarito las confesiones del culo. Los padecimientos y malcriadeces de los chiquitos se me revelaban. ¡Hay gente que no me cree! Piensan que son especulaciones de adivina, que como todas las brujas soy una tramposa, pero lo mío es más que una ciencia natural, o matemática o social, es una maestría en la experiencia de la observación. Yo he visto miles, incontables de culos y en ellos un patrón que se repite con total veracidad. La raja del culo es una vieja chismosa.​​ Comencemos con los ejemplos antes de iniciar la sesión de los augurios. Conocen la expresión vulgar que dice: Esa se las da de Culo Apreta´o. Pues sí, hay gente que lo trae apretadito, esas nalgas duras, musculosas, pero en cuanto uno le abre el entrepliegue, se le descubre la sinvergüenzura. Una tronera tan desflorada​​ que no aguantan ni un pedo. Hay quien trae ese Culo Generoso, usted sabe, con esas nalgotas rebosantes, turgentes, provocadoras, pero detrás​​ de tantas apariencias, hay​​ un culo fruncido, amuñuñao, que no se atreve ni concede y le falta abasto, ¿me explico?​​ Hay quien viene con el Culo en Dos Manos por alguna angustia, casi siempre moral; la rajita con una expresión como de susto, o de espanto, o de ganas pero con culpa. Es el típico culo que dice:​​ ¡ay, no!,​​ ¡ay, no!,​​ ¡ay, no!, pero se abre pidiendo morronga, su palo​​ enceba´o. Hay los​​ culos que se la dan se​​ sabrosos, ajá, esos culos abiertos que se acomodan a la primera recostá de tostón, dispuestos a lo que venga. Esta el aseadito​​ por fuera pero ¡fo!, sucio por dentro. El que tiene hemorroides​​ y el que lo tiene roto, sollado, de tanto trajín. Hay culos pobres y ricos, culos que no se quieren mover y la flojera los hunde en la miseria, culos aprovechadores de la desidia de los demás, que​​ terminan metiéndole la mano como si fueran un títere de guante para dominarlos. Culos jóvenes y desinflados, sin reservas éticas,​​ y dispuestos a la vagabundería. Culos sentados que la comodidad los aplasta. Culos de rajita grande y tipo alcancía. Pero toditos mostrando la verdad. Es tan poderoso el culo que forma parte de la expresión oral popular. Por ejemplo, cuando uno conoce a alguien que le parece un poco chocante, o engreído, uno enseguida lo tilda de “Culo Malo”. ¡Tan Culo Malo la bicha esa! También cuando te arrechas con alguien, bien sea por celos, o porque es una intrigante o una cuaima, entonces uno “Le Saca El Culo”, es decir, aparta ese culo de nuestro ámbito de amistades ¿Me explico? También está el Culo Histórico, por ejemplo el Primer Presidente de la era Democrática que hasta la jerga popular bautizó a los puentes de Bello Monte con su nombre: “Las Nalgas de Rómulo”; aunque ahora la envidia y resentimiento de la nueva era lo acortan a solo “Las Nalgas…” ¿será por mezquindad de recordar al padre de la democracia? Porque los culos son sinónimo de fama y orgullo. No hay hombre que se resista a hacer propaganda entre los amigos contando: “Me estoy tirando un culo del otro mundo”. Y no se refiere a una extraterrestre, sino a un culo famoso. Aunque por antonomasia también se dice: es que ando con un “culito” que me tiene loca… Porque el diminutivo tiene su encanto. También se usa como una forma de discriminación o burla: supongo que han escuchado: “el que se acuesta con carajitos amanece…”, y de ahí deviene el “Culo Cagao ese”, una forma despectiva para referirse a un culo joven que no da la talla. Y puedo seguir toda la noche, pero no, porque aquí ya estoy viendo muchos con cara de culo, y otros que están pensando en su propio tipo de culo, ¿o me van a decir que no? ¡Tú chica, que estas cagada de la risa! ¿Será que tienes tu culo enrolla´o? Es más fácil saber por el culo que por mirarle la cara a la gente. ¡Quién me iba a decir que terminaría de “culomántica”! En lo que pelan el culo, ya les conozco la vida… y la inyección que andan buscando. Porque eso sí, mi amor, sea el mal que sea, a todo el mundo por algo le pica el culo, y no solo por sucio.​​ 

  Yo les juro que esto es un consultorio médico, profesional, y les cumplo como una psicóloga, una doctora, pues. Vamos a hacer una prueba, entonces. ¿Quién se atreve a enseñar el culo para demostrar mis habilidades? Y no lo tengo preparado, sin trucos ni engaños de nigromantes. Quién quiere pelar ese culo, se acuesta boca abajo en el diván, y acepta que le meta mano; porque una cosa es la apariencia y otra la consistencia. Una vaina es lo que se ve y otra lo que se huele. Muy bien, estoy esperando por el culo. (PAUSA)

 

  ESPACIO PARA LA IMPROVISACIÓN, SI ALGUIEN SE ATREVE A DEJARSE LEER EL CULO, LA ACTRIZ HARÁ SU RUTINA​​ DE ADIVINA DEL PASADO Y PREDECIR EL FUTURO, SIEMPRE CON POSITIVISMO Y BUENOS AUGURIOS;​​ EN CASO CONTRARIO, CONTINUA SU DISCURSO​​ FINAL.

 

CULOMÁNTICA.-​​ Si no se atreven en público,​​ por una módica​​  suma, puedo leerles​​ la rajita en privado. Ahí tienen el libro de​​  solicitud de consulta, anótense…​​ Hasta ahora nadie quedó​​  decepcionado.​​ 

  Sin engaños ni mentiras.​​ Despejando las confusiones. Les recuerdo​​ mi lema: un culo no miente.

 

 OSCURO FINAL.​​ 

 

 

 

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José Simón Escalona

Nace en Ciudad Bolívar, Edo. Bolívar, Venezuela, el 17 de mayo de 1.954. Estudió Arquitectura en la Universidad Simón Bolívar y Artes en el Instituto Pedagógico de Caracas. Inicia su actividad artística como actor en 1.967 y funda el GRUPO THEJA en 1.973, agrupación cuyos éxitos han traspasado nuestras fronteras y en la cual se desempeña como Presidente Fundador y Director Principal.

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