“Admito que estoy preparado para el silencio definitivo. He vivido bastante, algún día de estos debo morir, ya estoy tan viejo que eso también dejó de preocuparme. Ya no hay mucha distancia entre la muerte y yo. El tiempo marca su propia pauta, viene en contra, no se detiene por nadie, mucho menos lo hará por mi. No tengo obsesión con el pasado, lo importante será cómo van a terminar mis últimos días”.
Desde el escenario, aquella voz inconfundible del actor Carlos Márquez relataba los miedos que superó a través de los años. En un recorrido por sus alegrías y añoranzas nos llevó a revivir parte de su existencia.
Junto al relato, las lágrimas de una espectadora. El llanto se coló en medio de la interpretación del histrión. Los pocos asistentes en la sala no distinguimos si el actor improvisaba aquella síntesis sobre el fin de la vida o si era parte de su parlamento en la obra teatral “Inolvidable”, un monólogo escrito por José Gabriel Núñez, inspirado en los eventos que marcaron la vida del artista.
Era mediados del 2015, estábamos en la fundación Rómulo Gallegos, el Celarg. A sus 89 años una de las glorias artísticas del país se despedía de la escena. Después de más de 70 años de carrera había llegado el momento de su última función.
Los contados espectadores terminamos conmovidos. Nuestra primera figura se sentó en el proscenio con una carga emotiva que culminó entre aplausos. Hizo referencia una vez más sobre una realidad inevitable: «No le temo a la muerte porque la conozco, por eso reflexiono todos los días sobre la vida. Ella se ha llevado a mis grandes amores, una vida sin amor es triste”. Con nostalgia recordó así a dos de las mujeres que compartieron sus mejores momentos, las actrices Juana Sujo y Dolores Beltrán.
Carlos Márquez agradecía en su narración a quien lo formó en lo humano y le cultivó el respeto por su oficio. Su primer amor, Juana Sujo, llegó a Venezuela procedente de Argentina en 1949 y, desde entonces, esparcieron juntos raíces del teatro en el país. Se dedicaron al desarrollo de las artes escénicas, fundando la Sociedad Venezolana del Teatro, para luego crear el recordado Teatro Los Caobos.
En el escenario encontró un lugar para cobijar sus más profundos deseos. En medio de sus desdichas y desconsuelos las tablas se convirtieron en su refugio. Allí encontró el sentido cuando lo perdió. Se adueño del mundo cuantas veces quiso, exploró distintas maneras de pensar con cada acción.
Como un niño, Márquez se dio el gusto de jugar esa noche como nunca. Se regaló para su deleite -y el nuestro- los roles que no tuvo la oportunidad de encarnar en su larga trayectoria. Teseo, Segismundo, Prospero y Hamlet fueron algunos de los clásicos que quedaron relegados en su actividad como actor, pero en esa función quiso vivir la experiencia de tenerlos en dominio.
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Su presentación contó con recursos de alta tecnología. En una gran pantalla se hizo un recorrido por sus amores de la ficción. Al estilo documental se expusieron las memorables escenas que compartió con María Félix, Liliana Durán, Hilda Vera, Amalia Pérez Díaz, Marina Baura y Pierina España.
La proyección de imágenes se detuvo. Entonces se contemplaba la fotografía de la mujer cuyo rostro nos trae los mejores recuerdos de nuestra pantalla. Con especial sentir evocó a Doris Wells. En medio de su remembranza suelta la frase “mi catirrucia”, que popularizó en 1978 con la telenovela La Fiera.
Como en una coral se escucharon al unísono los suspiros de los espectadores. El actor obsequia un poco de Eleazar Meléndez, personaje que impulsó su carrera. Era la representación más contundente de la tiranía, del caudillo venezolano. La interpretación despertó en el público diversas pasiones. Su galanura le robó la atención al protagonista -José Bardina-, su hijo en la trama. La lucha por el amor de Isabel Blanco (Wells) era su máxima conquista.
Entre sus menciones también hace referencia sobre la impresión que tuvo al pisar por primar vez la capital. Los cines eran recintos cerrados, las salas no estaban protegidas con techos de zinc ni se exponían las películas al aire libre, como en la realidad se vivía en su pueblo natal Guanoco, estado Sucre.
En aquellos cines enormes fue donde se descubrió intérprete. Junto a él diversas personalidades con las mismas inquietudes se encontraron. De su misma escuela donde se formó nacieron las grandes estrellas del talento venezolano: Tomás Henríquez, Doris Wells, José Bardina, Edmundo Valdemar, América Alonso, Orangel Delfín, Guillermo González, Manola García Maldonado y Rebeca González.
La historia del espectáculo del país le ha garantizado un lugar privilegiado en nuestra memoria. Por algo se hizo llamar, con sobradas razones, Inolvidable…