Amanda Gutiérrez, La Dueña.
En 2007, los artistas también tomaron las calles. Las distintas protestas en el país fueron respaldadas por las caras más populares de la televisión. Los marchistas incrédulos recibían entre ellos a sus estrellas de siempre.
Caminar al lado de Guillermo Dávila, una proeza. El fervor de las féminas corroboraba el apelativo que marcó al cantante décadas atrás, como ídolo de una generación. Rosario Prieto devenía bendiciones en su andar, su presencia encarnaba a una imagen sagrada. Norkys Batista, un verdadero foco para los flashes. Avasallaba -como siempre- con su belleza y personalidad.
Por su parte, Camila Canabal y María Alejandra Requena eran aclamadas desde caravanas. Sonreían, agitaban sus manos cual reinas urbanas. Mientras que Monica Spear comenzaba a saborear su éxito en medio de los manifestantes, debido al éxito de la recién estrenada telenovela Mi Prima Ciela.
En primera fila, como salidas de un recinto militar, Kiara y Carolina Perpetuo. Acompañadas por los soldados más persistentes conformados por Gustavo Rodriguez, Nacarid Escalona e Hilda Abrahamz. Todos comandados por la enérgica Amanda Gutiérrez.
En RCTV nos organizaron en grupo. A mi -sin derecho a pataleo- me tocó estar en el liderado por Gutiérrez. Hablando con franqueza, trataba de evitarla. Me daba terror. La primera vez que nos cruzamos me mandó a botar el chicle de una manera drástica. Odiaba –según sus palabras- el chasquido.
El segundo regaño vino al día siguiente en una actividad en las afueras del canal. Con mi estilo, daba las palabras de bienvenida, agradecía la presencia de los asistentes. La primera actriz, sin mediar palabra, me quitó el micrófono con el siguiente alegato: “Mi amor el país está clamando por libertad, justicia. La gente no vino a celebrar el año nuevo. Deja de animar como si estuvieses en unos 15 años y pon carácter”. Mis compañeros de trabajo rieron. Yo disimulé mi molestia.
Las actividades en conjunto apenas comenzaban. Decidí no darle más importancia a sus sermones –los cuales nunca cesaron- para empezar a conectarme con lo mejor que ella tenía, su coraje. El empuje de Amanda en las distintas y consecuentes manifestaciones dejó sin energía a la mayoría de los artistas del país, pero conmigo encontró la horma de su zapato. Al menos eso creía yo.
Asambleas ciudadanas, marchas, concentraciones, protestas y cualquier actividad de calle fueron asumidas por ambos con rigurosidad. Las distintas plazas públicas de la capital: Venezuela, Sadel, Brion, Francia, Madariaga y O’Leary terminaron por ser más frecuentes que los estudios de grabación. Fue tan insistente en su lucha, que por ejemplo en las cercanías de Conatel logramos un puesto de estacionamiento fijo. Incontables las veces que hicimos vigilia frente al ente “regulador”.
Su presencia colmaba de emoción. Obtenido por sus años de gloria en la época dorada de nuestra pantalla. Estaba tan vigente, como si nunca hubiese dejado de ser la protagonista de la novela estelar.
En su caminar, los marchistas rumoraban con precisión sus personajes más entrañables. Sorpresivamente en un país de corta memoria, su imagen era común para todos. Lo digo con propiedad, la gente sabía sin equivocación que allí estaba Amanda Gutiérrez. Ese respaldo la nutría de vigor.
Recuerdo una protesta en las puertas de Venezolana de Televisión -VTV-. Se reclamaba por el cierre arbitrario de 34 emisoras de radio. Relevante que durante toda nuestra permanencia Amanda se mantuvo en silencio, aunque con temple de acero.
Hace 30 años atrás, ella fue la principal figura del canal donde exigíamos libertad de expresión. Con su cabeza en alto, evocaba sus mejores momentos. Ifigenia, uno de ellos, personaje que la catapultó en su carrera. Historia de una joven con mentalidad de avanzada que se atrevió a desafiar a la sociedad e imponerse sobre la dictadura gomecista. Una escena que saltó de la ficción y ese día cobró vida.
En el canal del Estado también se hizo la mejor telenovela en el país. Cuesta creerlo, pero es así. En 1984, La Dueña conquistó la audiencia. Los escritores Julio César Mármol y José Ignacio Cabruja crearon una leyenda dramática que hoy los venezolanos recuerdan con nostalgia. Un suceso televisivo que logró, además, reforzar la fama de Gutiérrez colocándola entre las actrices más respetadas.
La Dueña, así quedó para toda esa generación. Imborrable el seudónimo que representa hasta en su caminar. Mujer que tiene dominio en todo lo que desea. Así lo vivió. Fue una marca en la Venezuela saudita gracias al poder que le otorgó el reconocimiento, la fama. Hoy despojada de tanta gloria asume su mejor papel, el de ciudadana. En la defensa de la libertad. Dueña de su lucha. Dueña de su verdad. Un capítulo permanente en nuestras conversaciones.
A los días del cierre de RCTV, piquetes de la Guardia Nacional nos cercaron en la autopista Francisco Fajardo. En seguida comenzaron a disparar. Varios frascos volaban por los aires rebotando en el suelo y liberando “gas del bueno”. Jóvenes con hábiles destrezas devuelven con fuerza los recipientes a punto de estallido.
Empiezan a caer estudiantes, heridos por perdigones. Otros desmayados, intoxicados por el efecto de las lacrimógenas. Amanda en el piso, se levanta como fiera. En su mano, una bandera con el insigne logo de RCTV. La tomo del brazo. Juntos en medio de la sensación de ahogo llegamos hacia quienes nos disparaban. Le suplico que nos retiremos. Ella en su rabia me grita: “¡Cállate, mamita!”. Un regaño más para variar. El joven soldado carga el arma en nuestros ojos. Amanda responde de forma iracunda: “Si eres tan hombre dispárame pues, cobarde”. Un sargento corre hacia el soldado, le quita el arma al subordinado y le dice: “A ella no”. El soldado replica: “¿Por qué no?”. El superior sentenció: “Porque ella es Amanda Gutiérrez… La Dueña”.