I
Su imagen me era familiar por ser un adicto telespectador de La Ley y el Orden donde participó en varias ocasiones como la juez Janice Goldberg. Admito mi supina ignorancia al desconocer la pluma de Fran Lebowitz. No he leído ninguno de sus libros, no los leeré, a no ser que haya leído alguno de sus artículos de la revista Interview de Warhol, no me consta porque no dejó huella alguna en la inconsistencia de mi memoria. Creo que, con el seriado documental de Scorsese, me basta y sobra. No obstante, es un deleite ver reír a Scorsese una y otra vez de todas las boutade u ocurrencias cínicas, graciosas, ingeniosas, talentosas, inteligentes y, sobre todo, esnob. Trato de imaginarme una entrevista sobre Miami con Camilo Hernández o la Caracas por Boris Izaguirre. Ciudades que también podríamos poner en telas de juicio el supuesto condicional. Sería para mondarse de risa sin necesidad de llamar a Scorsese. Boris y Camilo la cubrirían con sus binarias lenguas viperinas
II
Conozco el N.Y.C. de los ’70. Con su otrora desastrada calle ‘42 repartiendo drogas y cuchilladas. La 7ma. y con sus sex-shop, los toples en los bares y a las once de mañana el Bloody Mary revitalizador. La Christopher Street y St. Mark’s Place… todo el Village con su vecino SoHo bohemio y el clásico Chinatown; el genetiano The Anvil en los perdidos puertos del detective Kojac y, por supuesto, el Studio 54 y su competencia: Xenon. Desde lo más chic de la 5ta. Av. hasta lo más sórdido de los bares de alterne. La ciudad de N.Y.C. es tan viva que nace, crece, muere y renace década tras década.
La primera vez que descubrimos N.Y.C. lo hicimos al alimón con José Simón Escalona. Íbamos preparados para nada más aterrizar, vestirnos y correr al Studio 54. Pero ese día, lo clausuraron por consumo de drogas. Algo que Andy Warhol, negó taxativamente cuando lo entrevistaron para el New York Post. Por suerte lo abrieron al día siguiente y nuestra fantasía se cumplió al cien. Ya que, incluso, esa noche, la primera noche del Studio 54, conocimos a Warhol, Bianca Jager y la cocaína.
Mejor descripción y narración realiza Escalona en su libro de relatos cortos: Cuentos de Muchachos (Edt. Melvin) en su primer cuento con personajes anfibiológicos y donde aparece un Julio Francisco que podríamos pensar que algo de mí me arrebató o cedí por aquello de su ascendencia catalana.
Tanto para Escalona, como para Julie, mis hijos y para mí, N.Y.C. es Broadway y su teatro, en especial el musical. Es un placer para nosotros pararnos a las 7 de la noche en Times Square y dejar que la turba teatral te vaya empujando hacia las transversales de los teatros que tanto amamos con religiosidad.
Aquel otoño neoyorkino vimos un desinflado Oh! Calcutta! que nos resultó, para ese entonces, más ingenuo que ingenioso. The King and I con el legendario Yul Brynner. Dracula con Raúl Julia. Grease después de delirar con John Travolta en cine. The Wiz en black supremacy y primera fila. Hasta los maestros de la orquesta eran todos afroamericanos. Chorus Line donde nos topamos a toda la familia Capote en la entrada del teatro, embutidos de abrigos y bufandas. Y de Bob Fosse: Dancin’. Un estreno con Joel Grey de un musical judío: The Grand tour. Vi La Revolución de Chocrón en el Teatro Repertorio y Las Criadas de Genet en una iglesia; todas las piezas de Richard Schechner en el Performing Garage en el Of-of-Broadway, donde nos encontramos a toda la familia del zar Nicolás Curiel, en la hiperrealista Cops donde descubrimos el teatro “environment”. Los canonizados Living Theater, Open Theater y La Mamma. Vimos ópera en el Lincoln Center (Elektra; Diálogues des carmélites de Poulenc); Alvin Ailey en el 20 aniversario de su grupo en el City Center con una selección donde incluía el ya conocido por nosotros The River del BIC; el Met, el MoMa donde vi por primera vez el Guernica de Picasso y toqué el cuadro con la mano izquierda al descuido de sus celadores; una retrospectiva de Rothko en el Guggenheim. El estreno de Superman I el 25 de diciembre y muchos bares y restaurantes. Nos negamos, eso sí, visitar la Estatua de La Libertad, pero patinamos en el Central Park.
En 1992, nos pusimos de acuerdo para volver a coincidir en N.Y.C. José Simón, Julie, Luis y yo, después de finalizar la temporada de El Príncipe Constante de Calderón donde Julie era una princesa mora y Luis Fernández el constante príncipe. Josette de seis meses aún en la barriga, fue obligada. El nombre de Josette, por cierto, nació después de salir de la función de The Miserables. Todos los días un Music donde recordamos Cats (muy aburrida) y Miss Saigon (versión de Madama Butterfly) y el 31, Escalona había comprado una entrada para un Music del rey del tap y nosotros para El Fantasma de la ópera junto a Luis. Quedaríamos a encontrarnos a la salida, pero al salir: Times Square, intransitable. Imposible reencontrarnos y recibimos el año en bares separados después de infructuosas formas de cruzar las barricadas de seguridad. Bajó la bola de la icónica torre de Broadway, abrimos nuestra botella de champaña como por la octava avenida y las lágrimas se nos congelaban en la cara por la frustración y el bajo cero correspondiente a un N.Y.C. como dialéctica y naturaleza ordenan. Regresamos a Caracas el 2 de enero del ‘93 en Viasa, a cuerpo de reyes con toda la tripulación a nuestro servicio. No lo creerán: estaba vacío. Pagamos económica en servicio de First Class. Escalona se quedó unos días más para reunirse con Elías Pérez Borjas (nuevo director de la C.N.T.) en N.YC. y concretar el montaje de Tío Vanya. El 6 de enero Elías moría al mismo suspiro de Nureyev.
Volvimos, nuevamente, en 2003 porque ambos (Escalona y yo) nos habían otorgado el premio ACE de N.Y.C. A Escalona como productor de telenovelas y a mí por la actuación en Llovizna, original y escrita igualmente por Escalona (protagonizada, por cierto, por Luis). Ahí fuimos a ver con Julie y un común amigo, Cabaret en el otrora espacio del Studio 54, ahora otra vez teatro. Nos sentamos en una mesa en los espacios VIP, pedimos una botella de champaña y disfrutamos del espectáculo con la magnífica interpretación de Alan Cumming, bajo la dirección de Sam Méndez. Años después Emcee la interpretó a la misma altura, Luis Fernández en el T.T.C.
N.Y.C. es una ciudad fascinante para los que vamos de paso. Mas no para los que viven en ella por culpa de los que de paso van. El último toque a la ciudad fue en 2019, invitados por el teatro Repertorio y Marcos Purroy con La Sra. Ímber. Para mí fue un sueño, presentar la obra en esa ciudad, encarnando Julie a Sofía frente a su hija, sus nietos, Moisés Kaufmann, María Cristina Anzola, Patty Phelps, Yordano y la reina de las reinas, Barbara Palacios… entre una gran cantidad de amigos y colegas. No fue la última, fue la penúltima. Soy un urbano a carta cabal y por eso no termino de entender a Miami. I Love N.Y.
III
Escalona fue el primero en introducir en Venezuela el teatro ambiental o environment de Schechner con su espectáculo de 1980: Calígula, una pasión sin futuro a partir de textos de Camus y Unamuno. Escalona ambientó la sala Rajatabla en un botiquín de carretera con sus mesas, sillas, barra y baño incluido, a vista del público quien a su vez estaba envuelto en la escenografía de Giovanni Zebellín (quien también participaba como actor) compartiendo risas, rones, angustias existenciales y compromiso político en los trágicos destinos de Calígula en un inolvidable Aroldo Betancourt. Formaba parte de esas influencias que los artistas de N.Y.C. al margen de Broadway, terminaban obrando en nuestras estilísticas. En Salomé, otra pasión sin futuro a partir de la pieza de Wilde, Escalona afinó su búsqueda espacial y con Marilyn, la última pasión perfeccionó su estilística con un montaje donde la escenografía envolvía a un público encerrado en ella. Está demás decir que después de ese viaje fundé el grupo AUTOTEATRO en la UCAB y todos los montajes cabalgaron en la vanguardia de fuertes influencias neoyorkinas hasta 1985 donde bajamos la santamaría del avant-garde posmoderno del teatro visual, para enfrentarnos a formar la caja de resonancia con el público metropolitano del teatro de texto. Mi primera dirección con el Theja fue El Otro de Unamuno, una ruptura al rupturismo canonizado. La convocatoria no falló. Los Music formaban parte de un placer que como espectador disfrutábamos. Los Play eran lecciones de dramaturgia estimables en un teatro de texto sobre la tramoya tangencial; pero el Of-of-Broadway de aquellos setenta, fueron clave para la confrontación de un teatro de exploración y experimentación que llevamos a cabo sobre las tablas venezolanas. N.Y.C. no era sólo una ciudad. Era una escuela, un pulmón, una inspiración. Una actitud.
IV
Lebowitz como ciudadana habitante de esa ciudad, la ama y odia a la vez, pero no puede escapar de ella ¿No nos pasa algo de eso a los caraqueños con Caracas? ¿Es el espacio o la ciudadanía los que hacen ciudad? La civilidad le pertenece a la ciudad y los ciudadanos somos ciudades. Lebowitz tiene la ciudad en sus venas y pies. Pies de una ciudadana civil y civilizada. A paso de transeúnte, de ciudadana. Es neoyorkina y su desfachatez, rapidez de respuesta y un refinado deporte de quejarse metódicamente, la convierten en un espectáculo del cual Scorsese supo sacarle contenido a un continente aparentemente fatuo. Este espécimen tan finisecular -como Oscar Wilde en su escéptico Londres- que detesta los musicales, camina mirando el suelo, no se baja de un bluyín y ama los vagones del metro, solo tiene par de libros de ensayos articulados con la ciudad (Breve manual de urbanidad; Vida Metropolitana) otro de recopilación de artículos y creo que un libro de cuentos infantiles aun no traducido al español: Mr. Chas and Lisa Sue Meet the Pandas. Lo demás, vivir de su talante y talento. Su acidulada forma de con-vivir es dando conferencias, entrevistas y discursos donde se conserva el stand up comedy con el barniz de una conferencia de aleteos intelectuales. Lo son y pueden ser intelectuales, pero hay más cabriolas que discernimiento no exento de talento, que como ella bien dice, no se compra en las tiendas por kilos, ni se adquiere en las universidades por extensión de tiempo. No sé si el matiz se capta.
V
Yo también tengo algunos escritos sobre N.Y.C. publicados en mi columna: Diario en gerundio en los diarios El Universal, El Nacional y El Mundo. Quizá algún día igual los recopile para hacerle la competencia a Lebowitz. Esto también es una boutade.
JAVIER VIDAL PRADAS