Después de días de incertidumbre, Carmen Susana Duijm pudo concretar su viaje. Gracias al pago pendiente de unas cuñas publicitarias, que había realizado semanas previas, logró armar sus maletas y comprar el pasaje que la llevaría a su nuevo destino.
No había patrocinantes, ni organización que la respaldara. Tampoco poseía vestidos de firma, no existía Osmel y mucho menos tenía a alguien que velara por ella en esa travesía. Con lo que sí contaba, era con un espíritu valiente que la caracterizó desde pequeña, la bendición que nunca faltó de sus padres y los “consejos” de varias jóvenes acaudaladas de la época que le recomendaron desasistir de aquella oportunidad.
Era la segunda vez que salía del país. Meses atrás lo había hecho para una experiencia similar, el Miss Universo, donde entró en el cuadro de semifinalistas. En esta ocasión estaba mucho más inquieta, su rumbo final se alejaba de su conocimiento.
Contra todo pronóstico llegó a la ciudad de Londres el 5 de octubre de 1955. Su apariencia, como de costumbre, empezó a atraer todo tipo de miradas desde su aparición en el aeropuerto y más aún en un lugar donde su estereotipo resultaba poco común.
En su andar no pasaba desapercibida, muchos quedaron boquiabiertos ante la imponente joven de 1.74 metros de estatura, tez morena y larga cabellera oscura. Ella en cambio estaba desorientada, no tenía idea a donde ir.
Con su equipaje en manos se escurría entre la muchedumbre propia de los terminales aéreos. Recorrió pasillos y salidas, por horas, buscando a un representante del concurso Miss Mundo. Asustada por no saber qué hacer explotó en llanto sobre sus maletas.
Las lágrimas de aquella hermosa mujer dieron efecto de inmediato. Un grupo de periodistas, pertenecientes al diario Daily Sketch, ya le tenían el ojo puesto desde su arribo. Uno de ellos amablemente se acercó y prometió ayudarla.
La beldad criolla había llegado 15 días antes que comenzara la contienda de belleza. Ella confesó que ciertamente se había equivocado de fecha. En el periódico se encargaron de contactar a los organizadores de la competencia.
Los reporteros además formaban parte del rotativo que enfrentaba al anunciante más grande del concurso. Para ellos resultó provechosa la noticia que cayó en sus manos. A la historia de la candidata venezolana había que sacarle algún beneficio.
Contra todo pronóstico le realizaron una sesión de fotos. La mañana siguiente una de esas gráficas apareció en la principal página del tabloide con el título: “Belleza latina perdida bajo las neblinas de Londres”.
Desde ese trance, hasta la noche del concurso, Susana no dejó de estar en primera plana. Los medios impresos entraron en disputa por tener acceso a aquella joven que provenía de un país que gozaba de gran reputación.
Venezuela era para la época un laboratorio arquitectónico del nuevo mundo. La prosperidad, el modernismo y el clima provocó una enorme inmigración de profesionales y trabajadores de diversas comunidades europeas. Cabe destacar que en la década de los 50 “la pequeña Venecia” presentó el avance más grande del siglo.
El gobierno del General Marcos Pérez Giménez, bajo una férrea dictadura militar, convirtió en pocos años a la nación en uno de los territorios más actuales y organizados de América. El bolívar alcanzaba, para ese entonces, un mayor valor que el dólar dándole un aire aún más atractivo a los inversionistas extranjeros.
Un ambicioso programa de infraestructura nos llevó a la construcción de flamantes edificaciones y carreteras que fueron referencias para las grandes cosmopolitas. Ahora, a ese prestigio, se le sumaban la belleza de la venezolana.
Esa noche del 20 de octubre de 1955, en el teatro de Lyceum de Londres, se marcó un precedente. Con nueva soberana, la primera Miss Mundo hispanoparlante, también comenzaron a conocernos como ciudadanos caracterizados por el carisma y la fraternidad. Susana agradeció a quienes tanto la habían apoyado, los periodistas. Y desde el diario, en tamaño gigante y haciendo eco del sentir de la patria de Bolívar, colocaron: ¡Ganó la nuestra!
La herencia de la reina madre abrió paso para que toda mujer, nacida en nuestra tierra, soñar con llevar una corona en su cabeza. Mostró las ansias de la mujer criolla por llegar a siempre a la meta. Al pueblo venezolano le dio su primera imagen de realeza y el sitial que hasta ahora mantenemos en el mundo como el país de las bravas y de las bellas. Ese el legado de la irrepetible Susana Duijm.