“PERDIDO”
Tenía 12 años la primera vez que me aventuré a salir solo de mi casa. Vivíamos en Los Chaguaramos, que por ser la última calle de la urbanización colindante con Santa Mónica, podía aventurarme hacia uno u otro lado dentro de sus límites. Caracas siempre fue una tentación, y por supuesto quería explorarla, conocerla, vivirla, disfrutarla. El paseo hacia Los Próceres con los amigos del vecindario no podía sobrepasarse. Hacia los Chaguaramos la frontera era la Plaza Las Tres Gracias, que conecta con el mismo paseo Los Ilustres. Aquel año ya estaba de vacaciones escolares luego de terminar el sexto grado en el Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza, una escuela pública cerca de la Iglesia San Pedro por la misma zona residencial, y al que aún asisto en cada ocasión posible para votar. Mi caminata en solitario desde el colegio atravesando el puentecito de Valle Abajo sobre el río y la autopista la disfrutaba algunas tardes, cuando me quedaba para diseñar las carteleras y otras actividades como los ensayos para los actos culturales donde siempre actuaba y hasta dirigía. Recuerdo especialmente la personificación de Vicente De Emparan y Orbe, un 19 de abril.
– ¡Pues si ustedes no me quieren, yo tampoco quiero mando!
Los montajes escolares sobre hechos históricos me atraían tanto como el urbanismo. Tengo una larga lista de espectáculos basados en la épica patria. Pero el padre Madariaga a mis espaldas, señalando al alumnado la respuesta negativa, me exacerbaba de una manera imprudente. Son muchos los rechazos que se sufren de niño. Por eso huir es perdernos.
Aquella tarde envalentonado sentí que debía cruzar mis propias fronteras, tenía la curiosidad de conocer el lado oscuro de la ciudad, el que escuchaba nombrar por los mayores con recelo y censura: Sabana Grande. Caminé hasta el edificio de La Creole, al límite de Los Chaguaramos, donde ahora se finge la Universidad Bolivariana. Entusiasmado decidí continuar, pues me atraía una construcción particular cerca de la tienda Sears de Bello Monte y no precisamente por la venta de autos sino por la forma de su enorme vidriera circular y el mural del artista cinético upatense Carlos González Bogen, me refiero al Edificio Angloven de los años 50. El fantástico aparador, los autos de lujo, el arte me sirvió de impulso para ir más allá, hacia lo desconocido y escandaloso. Frente a la Tienda Americana por Departamentos estaba la ya famosa Calle de Los Hoteles lujuriosos, cruzando el Río Guaire hacia el norte, hacia la montaña mágica de la ciudad, por el puente viejo al lado de los Puentes Gemelos, comúnmente conocidos como Las Nalgas de Rómulo, recién construidos. Por ahí alcancé el Edificio Los Andes al inicio de la tentadora Calle Real de Sabana Grande. Aun no existía la Torre La Previsora, pero si el Cine Radio City con su fantástica arquitectura Deco y un águila imponente. El paseo por el Gran Café de la bohemia, la tienda de Chocolates Savoy con sus bombones y bolsas de recortes varios, tantas vidrieras atractivas y hermosamente montadas, me distrajeron al punto que no percibí la caída de la noche. Supongo que el pánico hizo presa de mí, y llegué a un callejón que no sabía hacia dónde iba. La puñalada. Estaba perdido.
Con pánico comencé a llorar y a rezar, no me atrevía siquiera a cruzar la calle. Y apareció un ángel, radiante sus manos, su rostro de una belleza sobrehumana. Me animó y me acompañó hasta la parada del autobús de la Escuela Militar, una referencia inequívoca del camino a casa. Nunca conté ese primer encuentro, ni la conversación que sostuve con mi ángel guardián, a quien mi abuela me enseñó a encomendarme todas las noches: Ángel de mi Guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día, pues sin ti me perdería. Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Hoy día me encomiendo cada noche y sé que mi custodio trajo personas maravillosas a mi vida. Una legión de ángeles, una miríada de guardianes, una tropa de artistas, una misión de Thejanos que no me dejaron perderme mientras viví también otras pandemias que se llevaron a muchos amados amigos: drogas y alcohol, VIH, viernes negros, saqueos, puentes Llagunos, despojos, cierres y hambrunas.
Hace una semana, de regreso al teatro presencial, varios compañeros me recordaron el espectáculo musical “Ángeles y Arcángeles”, una obra que escribí en torno al dogma cristiano de la Caída de Ángeles; me pedían que la montara en la plataforma digital del Theja. Les contesté que no existía ninguna grabación de aquel año 1988 donde debutó una generación de artistas admirables. Por esas razones misteriosas se acercó el hermano mayor de uno de mis actores angélicos para comentarme que tenía guardada en algún lugar una grabación de la obra en Beta Max. Estaba sorprendido pues nunca supe de esa grabación que me prometió buscarla entre sus objetos tantas veces mudados. Espero que la encuentre para compartirla con el Theja y sus allegados. En esta página está la ficha artística de aquellos talleristas Theja, ellos son mi orgullo y premio. La mayoría de aquellos muchachos son artistas de grandes méritos y éxitos. Algunos ya no están físicamente, pero sé que forman parte de esa legión de custodios que nos guían desde el cielo de los artistas. Qué otra explicación a tanta fortuna.
Cada vez que me pierdo encuentro la oportunidad de reencontrarme conmigo mismo. Íntimo, propio, espiritual. No estamos solos en este mundo corrompido y bajo el asecho de las pestes, Hay compañía que nos toman de la mano, nos orientan, nos inspiran. La vida impone aventuras, atrevimientos y confianza en algo maravilloso más allá de nuestros límites.
La arquitectura de la ciudad me sigue situando, seduciendo, como ese edificio llamado el otro Humboldt, la Torre Andrés Bello, que contemplo con el éxtasis de mis atardeceres desde los tiempos de El Nuevo Grupo, la casa de la Escuela Nacional de Teatro, El Teatro Tilingo del Parque Arístides Rojas, El Cine Prensa frente a Pollos Riviera, en ese corredor vial que inicia en la románica Iglesia de la Chiquinquirá y conecta con la otrora glamurosa Avenida Urdaneta. En este entorno donde habito sigo enamorado de Caracas, cerca de El Ávila, entre ángeles. Nunca perdido.