“MAROMAS”
La palabra maroma tiene tantos significados como diversidades hay en nuestra geografía. Unos maromeros refieren a los payasos y acróbatas circenses. En la Plaza Centurión de Ciudad Bolívar, que era un terraplén descuidado frente al viejo cementerio del pueblo, se extendían las carpas curtidas de los circos ambulantes. Aquel lugar se empichaba con las lluvias, con los desbordamientos del río y sus lagunas, con la inmundicia y ñoñero que dejaban los circos a su partida. Siendo niño les tenía pavor. Los animales en cautiverio y bajo maltratos de hambre y látigos para deleite del público, por muchos miriñaques y oropel como encubrimiento, se notaban famélicos y desgraciados. Espantaban las burlas sobre personas de naturaleza distintas, obesos, mujeres barbudas, gigantes atontados, niños raquíticos, monstruos sometidos a la crueldad. Me sentía identificado con estos personajes castigados por el morboso fisgoneo. Supongo que me convertía en un niño raro, pero el circo jamás me hizo reír, le tenía miedo, aversión. Era tormentoso que me obligaran a entrar bajo la carpa mugrienta. Los payasos me entristecían, los animales me daban lástima, mirar a los monstruos me avergonzaba, los maromeros me mantenían en una tensión a muerte. Cerraba los ojos y el hedor me incitaba nauseas.
En los años 80 comencé a asistir a los eventos de NATPE, los encuentros de la Asociación Nacional de Ejecutivos de Programas de Televisión, en distintas ciudades norteamericanas. A veces New Orleans, antes New York, ahora Miami, pero especialmente cuando se hacían en Las Vegas, donde descubrí mi primera experiencia grata circense con el Cirque Du Soleil. Aquella iniciación llena de emociones y lágrimas significó el encuentro con la magia y la perfección de los maromeros del Circo. Arte, puesta en escena, música, talentos especiales, vuelos, tramoya teatral y belleza a plenitud me cautivaron. Fui todos los años a aquella ciudad para cumplir mis obligaciones ejecutivas de televisión con la ilusión de ver los espectáculos del Circo del Sol en distintas temporadas y títulos bajo el agua, sobre el fuego, por los aires, en los sueños y en el lado oscuro. Me asombraba también que fueran en aquellos tiempos la empresa de entretenimiento teatral más exitosa en lo económico del mundo. He visto al Circo del Sol en otras ciudades, incluyendo El Poliedro de Caracas. Son espectáculos donde la sensibilidad, el peligro, la risa, el llanto, el canto, el asombro y las destrezas te transportan a otros mundos. Ellos me enseñaron a amar el Circo. Los años del asco infantil quedaron olvidados. Sanó mi espíritu. La barbarie de la antigua arena dio paso a la esperanza.
La maroma es también un mecate, una soga que se realiza con fibras enroscadas y que son fundamentales para la navegación a velas, por ejemplo, pero para mi alegría, imprescindibles en el teatro. Cuando ingresamos al Teatro Alberto de Paz y Mateos con el Grupo Theja en 1989, lo primero que me propuse fue reacondicionar y completar la tramoya original del escenario. Soy un enamorado de la tramoya teatral, que desde la maquinaria escénica de los dioses en la antigua Grecia, pasando por el teatro a la italiana con su origen veneciano hasta los paneles con Led actuales, siguen asombrando al público. En el sesentoso Alberto cambiamos todos los mecates, los listones de madera de la llamada “Parrilla” del techo de la escena y sumamos capacidades de contrapesos para subir y bajar telones, equipamiento lumínico, atrezos, objetos escenográficos y hasta personas con ligereza y responsabilidad.
En los espectáculos del Theja era común ver actores maromeros, acróbatas; los talleres de circo se hicieron presente en la formación de nuestras nuevas generaciones artísticas. El Circo exige disciplina y condiciones físicas especiales, pero también de seguridad y rigor en cuanto a los elementos técnicos y operarios. En nuestra agrupación Angélica Escalona se encargó de la formación física de los actores, convirtiéndolos en bailarines y gimnastas, sus espectáculos de danza y teatro físico requerían de una compleja instrucción, no solo eran bailarines y actores, sino diestros maromeros. Recientemente subimos algunos de sus montajes para el Thejadanza en la Sede Virtual y seguiremos rescatando para la memoria sus magníficas y enérgicas creaciones escénicas.
Las maromas que necesitamos para sobrevivir a los tramoyeros y el jalamecatismo de la corruptela común ciudadana nos asustan como los circos de las plazas pueblerinas. Ver como se distancian las calidades de vida según el estatus económico avergüenza por su falta de humanidad y derechos. Hay lugares de la ciudad donde el contraste es injuria. Un joven en una camioneta blindada en la lluviosa ciudad y un niño que ruega por una limosna. Una señora que sale con varios carritos de bodegones llenos y una anciana que pide un pan. No hay belleza ni justicia en este circo que nos toca presenciar y que nos obligan a aplaudir si queremos mantenernos en nuestro hogar, en la casa que construimos con años de trabajo y empeños, en nuestros emprendimientos por los cuales invertimos las energías de juventud.
Somos maromeros en nuestras firmezas, quiero cuidar un teatro, los mecates para subir los telones, las butacas para que el público se sienta a gusto, el aire acondicionado y los baños para que sea una experiencia grata y saludable, al cuerpo, a la mente y al espíritu. Quiero hacer televisión con el acento de nuestras conversaciones y reflexiones. Encender las luces de las ensoñaciones escénicas y cámaras de fotografías con nuevas tecnologías, del talento de los artistas locales, del movimiento, de las palabras, de la educación y el arte, de la opinión y la civilidad. De los abrazos a los compañeros, de tomar las manos de los que aplauden nuestro trabajo. De contar historias y de narrar La Historia. Volver a la esperanza, dejar atrás las marramuncias de los marruñecos.