“MAESTRO”
“Al maestro con cariño” fue una película británica muy famosa estrenada en 1967, dirigida por James Clavell y protagonizada por Sidney Poitier. Basada en la novela “To Sir, with love” de E.R. Braithwaithe. La canción tema interpretada por la escocesa Lulú tuvo muchas traducciones y cantamos una en español con el grupo de teatro donde me inicié ese mismo año bajo la tutela de mi primer maestro Edgar Mejías. La canción formaba parte de un espectáculo didáctico con textos de Ionesco y su Teatro del Absurdo. Viene a mi memoria no solo porque mi padres eran profesor y maestra, sino por la reciente celebración del Día del Profesor Universitario en medio de la crisis más vergonzosa que padecen estos profesionales y sus denigrantes condiciones salariales en un país donde ser maestro tenía prestigio y levantaba familias con seis hijos, como en mi caso. Cada día más Venezuela es un territorio de gente mayor, que sale a votar por los políticos de su generación, puesto que los jóvenes, tanto políticos como ciudadanos, no logran confiar en un futuro mejor.
Venezuela fue un país de “maestros”, y no solo por los titulados que eran muy pocos pero emblemáticos, sino que así se le trataba al buen prójimo. Recuerdo una anécdota de un director italiano que vino a dirigir una Opera en el viejo “Teatro Municipal de Caracas” cuando era el coso más grande de la capital. Este director de orquesta se confundía cada vez que llamaban a alguien “maestro”. El director de escena, el técnico de luces, el jefe de tramoya, el sastre, la costurera, el zapatero y hasta al taquillero del teatro le antecedían el título de maestro al nombre o apellido. De modo que el extranjero expresó con arrogancia y disgusto ante tantas maestrías: “qui siamo tutti maestri”.
Don Arquímedes Rivero nos dejó recientemente y es inevitable nombrarlo cuando hablamos de maestros de la televisión venezolana y en especial de la Telenovela Nacional. Aunque nunca fui su alumno directo, si tuve una muy cercana relación de admiración, respeto y gratitud hacia él y sus enseñanzas. Cuando a finales de los setenta entré a RCTV, aún no era el Gerente de Dramáticos en el cual se convertiría. Entonces, mi primer maestro de televisión fue Hernán Pérez Belisario, por supuesto que José Ignacio Cabrujas, Salvador Garmendia, Pedro Felipe Ramírez, Manuel Muñoz Rico, Julio César Mármol, Ligia Lezama, Ángel Del Cerro, además de mis compañeros Pilar Romero, Ibsen Martínez y Fausto Verdial merecen la maestría. Pero Arquímedes fue mi asesor y corrector cuando desde Marte TV producíamos novelas para Venevisión. No fue fácil atender a Pérez Belisario, Muñoz Rico y Rivero en el desarrollo de “La loba herida”, por ejemplo, que era una coproducción con España y debía explicaciones al equipo de Tele 5 que lideraba una jovencísima creativa española de gran prestigio hoy: Gloria Saló. Arquímedes tenía una integridad ética sobre la Telenovela que supo transmitirnos a los que estábamos peleados con la tradición rosa. A pesar de mi adoración por Muñoz Rico, era la escuela de Garmendia y Cabrujas la que me motivó a entrar en la televisión de la mano de Pilar, mi hermana elegida. Don Arquímedes me llamaba por teléfono o nos visitaba en Marte TV para reconocer nuestras fortalezas y conexión con las audiencias de ese tiempo sin dejar de instruirnos sobre la responsabilidad hacia el público, hacia el género, hacia el medio de comunicación tan poderoso de la televisión abierta. Con Arquímedes aprendí que las emociones generadas por la telenovela con su público crea un compromiso humano, de respeto y consuelo hacia el televidente fiel, amigo, generalmente gente sola que necesita compañía, conversación, mover sus sentimientos para recordar que sigue apasionadamente viva. Una lágrima o sonrisa son el dialogo con ellos, la mayor satisfacción del creador de telenovelas. Esa empatía tan necesariamente humanista.
Entre los viejos maestros de la escena recuerdo afectuosamente a Lily Álvarez Sierra, pues en estos días la he nombrado incansablemente. Ibrahim Guerra, mi segundo maestro de teatro fue alumno directo de Lily, a quien nombro con familiaridad pues se convirtió en alguien entrañable junto a su maravilloso esposo Don Gabriel Martínez y toda su familia que admiro y amo desde los tiempos de la casona de El Paraíso. La primera vez que la conocí, en un viejo teatro en la Calle Real de Sabana Grande antes de ser boulevard por el Metro de Caracas, me emocionó cuando al inicio de la obra apareció aquella delicada presencia escénica. Daba la bienvenida, nos instruía sobre el arte teatral, la obra que veríamos a continuación y el comportamiento respetuoso que como público debíamos al trabajo de los artistas. Era una verdadera maestra del teatro. Una clase de principios y ética que se convirtió en el primer “stand up” que aplaudí a rabiar, pues amaba sus introducciones y no quería que dejara el proscenio bajo la luz redonda del seguidor que la hacía flotar en un universo mágico. Recuerdo muchas frases de Lily, pero en especial aquella máxima sobre la memoria del actor: no existe actor sin el texto aprendido. Ha sido una batalla contra molinos de vientos en toda mi carrera, no soporto alguien que se cree actor pero llega a un ensayo sin aprenderse la letra.
Hay que aprenderse la letra para ser actor, y hay que tener empatía con la gente si se quiere ser político. Los jóvenes políticos de hoy no saben conectar con el común, y muchos de los tradicionales políticos se fueron alejando tanto de los corrillos populares que perdieron su credibilidad, como un amante que te traicionó y cayó en el olvido. Los mitos sobre el destierro me rememoran la desgracia que significaba para un ciudadano de la antigüedad grecolatina el ser expulsado de su terruño. Entiendo perfectamente la amenaza que recae sobre los políticos aguerridos contra un régimen autoritario y violento, comparto y creo que tienen que defender ante todo la vida propia, pero cuando un político se va, se imponen otras reglas morales, éticas, como aprenderse el texto para un actor. Un principio que te otorga la norma de los principios: compañía y consuelo, como en las telenovelas. Gracias, maestro.