Balcón de piedras
Memorias de un vigía, por José Simón Escalona

La Pascua

A principio del año 60 vivimos en Valle de la Pascua del Guárico. Tierra conocida, pues de allá era la familia Fraile Escalona, mi tía Mirtilia, hermana de Papá tenía casa y negocio en la Calle Real, y mi tío Ernesto se ocupaba de la finca Las Bonitas. La principal actividad de la tienda era el comercio de telas de lujo, y la hacienda se ocupaba de la cría y venta de ganado vacuno. En las vacaciones de verano visitábamos a los Fraile, donde a disgusto aprendí a disparar y cazar en noches traumáticas a llano salvaje. Esta vez mi padre tenía la encomienda de abrir como director la nueva sede del Liceo José Gil Fortoul, que dejaba en el pasado la casona del prestigioso colegio otrora particular y ahora en democracia estrenaba un moderno edificio, modelo arquitectónico de los nuevos y flamantes planteles escolares oficiales. Cuando llegamos a La Pascua apenas acababa de ser inaugurado el edificio, y mientras esperábamos la culminación de las dos casas que integraban el conjunto, una para el director y otra para el subdirector del plantel, tuvimos que pernoctar en el caserón de estilo criollo de los Fraile en el centro citadino. Allí disfrutaba de los desayunos, mi comida favorita del día, y de la atención de Uvalda, que me había tomado gran cariño y complacía mis caprichos y gulosidad. La mesa se servía muy temprano, al igual que en las haciendas campestres, pues los peones inician de madrugada sus actividades y comen lo suficiente para satisfacer las energías de su ardua labor, pero yo, que apenas llenaba la ropa por mi flacura, comía como un remordimiento. Me servía caraotas, quesos de todos los tipos, carnes mechadas de pescado, de ave, de venado, de res; arepas, frijoles, tajadas, huevos fritos, revueltos, duros, en perico y tan distintas presentaciones, aunque aún no conocía los huevos benedictinos, mis favoritos hoy día para desayunar. En aquella casona éramos muchos, mis primos Ernestico, el Negro, Sandra, Freddy y Dolores, nos mostraban La Pascua y la exuberancia de los llanos centrales. Cuando la casita del director estuvo listo, nos mudamos a la inmediación del afamado plantel que papá dirigiría por poco tiempo antes de regresar a Guayana, reclamado para dirigir la Educación del Estado Bolívar, bajo el pacto de Punto Fijo entre adecos, copeyanos y urredistas. Papá era del bando de Jóvito Villalba que rompió el pacto en el 62.

La primorosa casita estaba dentro de los terrenos del liceo, a escasos metros, y a pesar de su belleza e impecable arquitectura moderna, vivíamos bajo el asedio de culebras, sapos y cuantos bichos raros reclamaban su hábitat. Mi hermana mayor inicio sus estudios en un nuevo colegio público, yo me conformé con vagar por el terraplén y vigilar bajo pánico a las alimañas; pero también curiosear a los estudiantes del liceo. Papá vestía impecablemente formal con traje y corbata a pesar del calor llanero, y los alumnos parecían recién planchados. Eso es algo que me asombra desde siempre de los provincianos criollos, su manera tan pulcra de vestir.

Llegaron las festividades de carnavales al liceo, y entre los juegos de agua y el asueto estudiantil, celebraron la elección de la reina y el rey momo. Dos seres relucientes semidesnudos en una caravana de máscaras en un camión con guirnaldas, celebración menos bárbaras que las de Ciudad Bolívar con sus negros tiznados y del Callao con sus madamas en torbellinos. Mi hermana mayor fue elegida la reina de su escuela, pero mamá quería más reconocimientos. Los clubes de La Pascua alentaron concursos que también ganó mi hermana con el mejor disfraz de ese carnaval. Mamá se empeñó en convertirla en una apetitosa piña, sí, un disfraz de la fruta. Llevaba una especie de piñata perfectamente decorada con papel maché, una corona imitación de la piña y sus infantiles piernas pintadas de verde con temperas. A mí me correspondió un disfraz de príncipe indígena, mi mamá inventaba príncipes en tantas variedades como los huevos de los desayunos llaneros, y me ilustraron las piernas con rayitas multicolores de la misma acuarela. Aquellos carnavales se me grabaron a tintas.

Liceo Andrés Eloy Blanco – 1960

Cuando entré al bachillerato en 1967, en el Liceo Andrés Eloy Blanco de Catia, mi primera sorpresa fue ver que el edificio del plantel era exactamente igual al del Liceo José Gil Fortoul de La Pascua. Mi mayor complacencia fue cuando papá nos reunió a mi hermana mayor y a mí para presentarnos a nuestros desconocidos primos Ibarra. En el tercer año de bachillerato de mi hermana estudiaría el primo Ibarra, agraciado, simpático, algo tímido; y junto conmigo en primer año mis primas Mariela y Elsa. Eran realmente preciosas y sexys. Mariela la mayor, repetía año por una enfermedad que la había retrasado, tenía una hermosa cabellera y un cuerpo curvilíneo, aunque de poca altura. Mi prima Elsa era una beldad, esbelta, de estatura mayor que el promedio femenino, de cabellera larguísima y negra, piel canela clara y un rostro digno de una Miss. Yo me empeñé en que fuera electa Novia del Liceo, y lo logramos. La campaña contó con el apoyo de todo el salón, era la primera vez que les ganábamos una elección a las voluptuosas señoritas de los últimos años. Yo me enamoré de mis primas y me encompinché con mi primo, conocí a mi tía Tarsicia, viuda de Ibarra, y a la prima mayor, que vivían en el 23 de Enero, esa belleza de urbanización moderna diseñada por el gran arquitecto Carlos Raúl Villanueva, un paradigma de la arquitectura venezolana y que desde los años 50 venía revolucionando el urbanismo nacional con el Taller de Arquitectura del Banco Obrero, donde habían nacido también los diseños de los liceos de La Pascua, de Catia, El Gustavo Herrera en la Av. Libertador, y tantos otros planteles que fueron el espacio Le Corbusier de nuestra adolescencia estudiantil.

Descubrir en la pos adolescencia a mis primas Ibarra en Catia, como disfrutar en la infancia de mis primos Fraile en Valle de la Pascua, me dieron un sentido amplio de la pertenencia, mi gusto por el llano y la música criolla, así como mi pasión por Catia y el Teatro Liceísta, donde me inicié y donde nació también el Grupo Theja. La historia del Teatro Liceísta en Venezuela es un maná.

 ¿Cómo logramos ganar la elección de la Novia del Liceo? Creamos un trono escénico para la coronación en pleno patio central. Era una especie de carroza carnavalesca donde exhibíamos a mi prima Elsa I en todo su esplendor. En el alegórico “Cuadro Vivo” enseñaba su diminuta y erótica cintura con ombligo al aire. Una diosa aborigen ofrendando la cornucopia de la abundancia. Las alumnas del primer año B eran nativas que replicaban el motivo temático de la coronación, y los varones sus indígenas, semidesnudos, desnutridos y babeantes ante la apetitocidad de nuestra reina. Un carnaval electoral en el mismo espacio pero en tiempos y ciudades distantes. Prometimos que mejoraríamos la insuficiente e insípida comida del Comedor Estudiantil. Nada original pero efectivo, todavía nos prometen comida y votamos con hambre. La pascua popular.

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José Simón Escalona

Nace en Ciudad Bolívar, Edo. Bolívar, Venezuela, el 17 de mayo de 1.954. Estudió Arquitectura en la Universidad Simón Bolívar y Artes en el Instituto Pedagógico de Caracas. Inicia su actividad artística como actor en 1.967 y funda el GRUPO THEJA en 1.973, agrupación cuyos éxitos han traspasado nuestras fronteras y en la cual se desempeña como Presidente Fundador y Director Principal.

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