“EL PAVO”
Por allá en los 70 y 80 todos los muchachos buenos mozos, atractivos, atléticos, los nombrábamos como los “pavos”. Eran muchos, especialmente los galanes de televisión, los cantantes jóvenes de moda, algunos deportistas y sobretodos, los chicos de la alta sociedad que exhibían sus atuendos de moda en sus enormes motos de altas cilindradas y que cuando andaban en bandadas los llamábamos “patoteros”; también existían las patotas de malandros tan igual de peligrosas que nos remiten a las arbitrariedades de los motorizados de hoy. Yo nunca fui un pavo de mi época, estaba demasiado ocupado en mantener a mi familia, estudiar en la Universidad y en el Pedagógico al mismo tiempo, dar clases en liceos del Oeste y El Valle de la ciudad, hacer teatro, luego televisión, y cuanto “tigre” apareciera para rebuscarnos unos realitos. Los pavos eran más ociosos, orondos, pavoneándose por la ciudad nocturna y durmiendo hasta el mediodía o más allá, como cierta clase de juventud que disfruta del Dubai caraqueño en la nocturnidad de Las Mercedes. Por supuesto que parrandeaba en aquellos tiempos, en la fechas decembrinas con patinatas y vacacionales del “verano” playero, tomaba poco y me drogué mucho menos.
La navidad se adelantaba en noviembre en la casa de la familia de los Restifo, que aunque de padre italiano y precisamente madre gringa, celebraban con una hermosa velada el “Día de Acción de Gracias” en la residencia de Prados del Este. Julie era en ese tiempo una “pavita”, y aunque tenía unos quilitos de más, era preciosa aunque menos que hoy día. Cuando ya eran “pavos”, Julie y Javier se casaron y me nombraron padrino de la boda que realizamos en los Espacios Cálidos del Ateneo de Caracas como un evento de arte; luego fui “padrino de agua” de Jean, su primer hijo, un ritual familiar guayanés que el escéptico Vidal y la italamericana de Julie permitieron que mi abuelita canaria criada por pemones, mi “Naní”, le rezara su ensalme indígena al recién nacido. Fue en el apartamento de la vecindad familiar Escalona, esa que desde aquellos tiempos Vidal nombró “los escandalonas”, pues en el mismo Edificio Filippo de Los Chaguaramos vivíamos varios grupos familiares en distintos apartamentos, pero era en el nuestro donde siempre había fiesta, mi madre nos dejó como legado su celebración por la vida, su alegría, su sonrisa y pasión por las festividades y sus alborotos.
Este jueves pasado celebré de nuevo “la acción de gracias” con la familia de mi amada comadre Julie, a quien nombro en toda ley religiosa porque soy padrino de bautizo eclesiástico de Josette. La mesa tuvo por cabecera al tío Eligio Restifo, a quien tengo que agradecer no solo sus deferencias desde que éramos pavos, aunque insisto que yo no lo era exactamente pero ellos me hacían creer tan así como los guapísimos amigos de sus hijas Julie y Mery, su bella hermana menor a quien extraño siempre; sino por ser el editor de nuestros libros y generoso patrocinador de nuestras locas aventuras artísticas. Al centro lateral la tía Roselyn, esposa del tío Eligio, con su glamour francés y su belleza perpetua física y sofisticada. También estaban en la hermosa mesa del “pavo” el buenmozo concuñado de mi compadre, El Pavo de aquellos tiempo, Mike Restifo, con su espigada y muy elegante esposa Giacarla, junto a su mamá Doña Giovanna, y su hija menor, la preciosa y excelente conversadora Isabella. Por supuestos mis ahijados Jan, que parece un pavo pero es un intelectual, y Josette, la más hermosa de todas las estrellas, con su pareja, el talentoso y brillante Manu, DJ, periodista y animador radial, siempre inteligente y sabio a pesar de su juventud, un verdadero Pavo, quien me presentó a su igualmente cálida mamá, la Señora Mercedes. Y yo entre ellos, adorándolos, recordando tantas cenas llenas de gratitud, a Dios, a la vida, a la familia adquirida como diría mi maestro Chocrón.
El compadre Vidal, en la otra cabecera de la larga mesa, inicio la celebración rememorando la historia de los “Puritani”, que me recuerda siempre la Opera de Vincenzo Bellini estrenada en 1835, una obra que siempre desee montar luego de mi puesta de “Norma” en el Teatro Teresa Carreño en los años 80, entre las mejores cosas que he realizado en mi carrera vinculada a la Ópera. Una intensa historia de amor en tiempos de las guerras inglesas en 1650, antecedentes de la migración a Norteamérica de los puritanos escoceses. El área de la locura de la soprano Elvira en la voz de María Callas es un clásico.
Estuve a punto de intervenir y nombrar una de mis novelas favoritas de Truman Capote: El invitado del Día de Acción de Gracias, pero me abstuve por aquel: ¡Hablemos del mal! de su comienzo, y que hoy nos remite dramáticamente a la realidad sociopolítica del país. Era un momento para la felicidad como acto de resistencia, rememorando a María de la Almudena Grandes, quien está ahora en el cielo de los artistas.
Vidal, luego de exponer la historia de la celebración y agradecer a los presentes, ofreció el pavo preparado por él mismo como pueden constatar en sus redes, con el paso a paso de su receta de consumado chef. Todos aplaudimos al probar el relleno de este año, realizado a base de castañas que mi ahijada trajo desde Miami, al concluir un compromiso artístico por aquellos lares. Batatas, salsas, ensaladas y hasta el clásico postre “pumpkin pie” de Julie, nos transportaron a otros tiempos cuando estábamos tan sabrosos como el pavo de gratitud de este año, donde el amor en tiempos de guerra civil y maldad que vivimos es operáticamente épico.
Les dejo esta frase de “I Puritani” al final del segundo acto: «Que el grito de batalla sea: patria, victoria y honor. Que suenen las trompetas y lucharé con fuerza, sin miedo”.