Francisco Aguana
Me senté miles de veces a escribir estas palabras, a pensar qué decir en estos momentos, y no me salía nada. No entendía por qué, y creo que era básicamente huirle al dolor que representaba hacerlo. Significaba volver al inicio de una pandemia que nos azota, que se ha llevado vidas, que hizo que hoy, entre los presentes, me falte alguien y que seguramente a muchos de ustedes les pase igual. También representaba escarbar en un país a la deriva, que nos mantiene desprotegidos y gobernados por la barbarie. Tenía la complejidad de hablar del teatro, cuando el teatro ha sido traicionado por algunas personas que creyeron que el poder en la escena, les daba el derecho de abusar sobre otros. Entonces me tocó hacer un ejercicio precioso, que fue buscar las cosas buenas. Entender por qué seguíamos aquí, a pesar de las circunstancias y, pensar cómo podíamos hacer un mosaico con este país roto que tenemos aquí y ahora.
Fue cuando recordé una frase que leí de José Ignacio Cabrujas, que –parafraseándola- explicaba que un ciudadano que esté en contacto con la belleza y lo sublime del arte, difícilmente se dejará arrinconar por la miseria. Y creo fielmente en eso. Creo que estamos batallando, desde este, nuestro espacio, por construir, aun cuando tantos destruyen. Sin embargo, creo que aún nos falta algo para ser un poderoso bastión, y es que nos miremos al rostro. Que dejemos de vernos al ombligo, de entendernos como individualidades y pequeños colectivos y comencemos a pensarnos como una gran fortaleza de la cual todos somos parte importante. Que hagamos un alto al fuego a “mi teatro es mejor que el tuyo” y apostemos a que todo aquél que esté sobre el escenario, le vaya bien y logre sus objetivos.
Necesitamos cuidarnos y protegernos nosotros mismos, ya que la política nos ha marginado y ha dejado a la cultura desprovista de toda atención, porque sencillamente la tiranía le teme al arte. Debemos ser garantes de que el teatro sea un espacio seguro para todas aquellas personas que tienen el sueño de comenzar, así como lo hicimos todos. Es imperiosa la necesidad de que las generaciones que nos anteceden, generen espacios como este, para jóvenes creadores y que podamos ser un relevo contundente que no se vea afectado por las circunstancias actuales del país.
A mis compañeros generacionales, les digo que afuera hay miles de escenarios. Que tenemos la posibilidad crear en cualquier espacio y no quedarnos en la limitante de las pocas salas que quedan en pie. Somos un país de modas…Pues pongamos la cultura de moda. Hagamos que sea “Chic” ir al teatro, que lo propio sea tendencia, que el arte sea lo “fancy” del momento. Tenemos la responsabilidad de hacer algo por marcar hitos en la historia de nuestro teatro y que el nombre de alguien que esté presente en esta sala o que esté en este momento sobre un escenario, pasen a ser nombrados, así como Cabrujas, como Carlos Giménez, como Juana Sujo.
Estar en contacto tan cercano a la muerte, me ha dado más que oscuridad, luz. Me ha hecho saber que quiero vivir, pero quiero hacerlo en un espacio amable, que quizás yo mismo deba construir. Que el tiempo es finito y que lo único que realmente poseemos es el presente y lo que nos rodea. Entonces es menester aprender a trabajar con eso y hacer lo mejor que podamos. Confío en que eso nos permitirá edificar un porvenir más amable y que la palabra humanidad deje de quedarnos grande.
En el proceso de montaje de escindida, un día que fui a Maracay a buscar unos elementos escenográficos, y mamá fue a despedirme a la puerta, miró los peroles en la camioneta y dijo con su voz dulce y orgullosa: “En este país todavía hay quienes creen en el arte”. Y hoy reafirmo -cuando ella se ha ido a otro plano- que sigo creyendo en el arte, que sigo creyendo en que volveremos a ser un país pujante y que nuestro teatro tendrá de nuevo su momento de gloria.