“AMIGOS”
Mi primer amigo fue Orlando, hijo de una de las Núñez, vecina de la Calle Concordia de mi Angostura natal. Con Orlando compartí el encantamiento de mirar el río, en horarios distintos, púes nunca me gustó madrugar. Él se convirtió en un puerto, en la amistad como refugio. No fui un niño amigable por muchas razones, una de ellas por el cambio constante de domicilio, mi padre profesor era requerido por el Ministerio de Educación de los años cincuenta para inaugurar liceos públicos en Ciudad Bolívar, Maturín, Caripito, Valle de La Pascua y finalmente en Caracas, donde llegamos cuando ya tenía 10 años de edad. Una de tantas mudanzas me llevó a iniciar el tercer grado de primaria en una escuela de monjas solo para niñas, yo era el único varón. Odié la situación, el colegio, a todas las niñas del mundo. La fortuna me dio cuatro hermanas maravillosas como compensación, artistas, compañeras, solidarias, inspiradoras, consentidoras, amorosas. Recuerdo la anécdota familiar en ocasión de la visita de una pareja con una niña llorona y caprichosa que se empeñó en llevarse una de las muñecas de mis hermanas. Como buenos anfitriones mis padres accedieron a que la malcriada se llevara la muñeca para que no continuara el berrinche. Mis hermanas quedaron desoladas. Planifiqué la dulce y picante venganza contra la envidiosa. La próxima vez que vino a casa, estuve comiendo pasta de guayaba hasta que a la antojadiza se le hiciera agua la boca y rogara por probar la espesa y aromática mermelada. Entonces, fui a la nevera y llené engañosamente la cuchara con salsa de ají chirel, una preparación del mismo color y espesura. Le dije que debía tomársela de un solo bocado. La niña ardió y lloro hasta el desmayo. Esa familia nunca más nos visitó y me gané la fama de maluco.
En Caracas estudié el cuarto grado básico en el Grupo Escolar Municipal “Ramón Pompilio Oropeza”, en Valle Abajo de Los Chaguaramos. Me fascinó la escuela porque además de llevar el nombre de Ramón, como mi tío favorito, era una edificación moderna, construida en 1962 durante la presidencia de Don Rómulo Betancourt. El epónimo refería a un profesor como mi padre, graduado del colegio tocuyano La Concordia, como la calle donde nací y compañero estudiantil de José Gil Fortoul, como el Liceo fundado por mi padre en Valle de La Pascua, desde donde recién veníamos. Las coincidencias se me aparecían reveladoras, en complicidad con el destino para hacerme feliz. Ya el primer día pintaba cuadros de mi colegio como modelo, mi paisaje favorito. La arquitectura armoniosa de los sesenta con estilo y pulcritud modernista. La brisa corría por los iluminados salones desde los jardines interiores y el enorme patio del recreo, que tenía un teatrino al aire libre, una especie de “concha acústica”, mi primer escenario. Un lugar fantástico. Ahí conocí a mi segundo amigo Eleazar. Sus cejas entrejuntas y su copiosa vellosidad significaban un reto para mis garabatos a lápices y carboncillos. Me empeñaba en dibujar sus largas pestañas, su cabello negrísimo, lacio y perfectamente peinado. Eleazar era hijo de mi más adorada maestra. Él era parte del encanto del colegio. Su amabilidad y confianza me dieron seguridad. Aprendí el respeto por la intimidad de la amistad.
En bachillerato Luis Luis fue un amigo distinguido, delgado y elegante, sonriente y brillante. Un santo varón que me enseñó que un amigo es alguien que te hace mejor persona.
Cuando nació mi hermano Carlos Mauro compartí la habitación, los sueños y los secretos. Hay hermandad en la amistad pero sobre todo aprendí con él la compañía.
En el teatro nació mi amistad con Javier Vidal, parte de mi familia, mi compadre. Con él aprendí a amar el arte, el conocimiento, me enseñó que la amistad implica admiración.
Siendo un gerente de televisión mí amigo Hugo Pérez LaRoche fue mi guía, mi instructor profesional pero también el cómplice del descanso, el maestro de la amistad con futuro. Me enseñó a leer las estrellas, una visión con perspectivas. El amigo de viajes y aventuras.
Recién se publicó en la Cartelera Virtual del Theja una grabación de la versión de los noventa de “Aladino y la lámpara maravillosa”, una obra que instruye sobre el amor y la amistad. Algunos critican su duro final, que obliga a Aladino a entender que la Princesa no lo ama a él, sino al Príncipe Encantado de la lámpara. La amistad ha sido el tema del teatro que hacemos para niños. “Amigo Sol, Amiga Luna” de Carmelo Castro, inició los montajes del Primer Taller de Jóvenes Artistas del Theja. Una obra sobre el valor de la ecología y la solidaridad, adelantada a su tiempo. Si entendemos la amistad desde niños garantizamos nuestra esperanza. Al menos la imprescindible vocación de felicidad.
La amistad es el tema de varias de mis obras, y su relación con el amor el verdadero dilema del asunto. ¿Qué es más importante? No hay amistad sin amor, pero el amor sin amistad no tiene valor desde mi experiencia vital, salvo que desees hacer una lista de las satisfacciones sexuales, de entender las relaciones solo en el presuroso placer erótico. Una discusión que merece encuentros y libaciones.
El Grupo Theja es una fuente de arte y amistad. De familia y amistad. De amor y amistad. No hay manera de hacer un recuento de mis venturas sin recordar a tantos amigos nacidos en mi grupo. Hoy ya no están muchos de ellos, Enrique, Germán, Javier, Carmelo, Giovanni, Emerson y tantos que nos quitó a destiempo la temible muerte, pero nos acompañan otros. Luis Olavarrieta, tal vez sea la amistad que nace de la relación filial. Antonio Crimaldi, mi socio, porque la amistad también se aprende en las asociaciones de negocios donde vencemos a la ingratitud.
Esta semana tuve la dicha de almorzar con dos entrañables amigos a quienes conozco de cuarenta años y de más de treinta, nacidos en el teatro: El doctor Ricardo Alfonso Núñez, quien fue miembro de la Junta Directiva del Grupo Theja, y el abogado Guillermo Aristimuño, asistente de los talleres para adolescentes del Theja, por allá en los ochenta. Es un lujo conjugar la amistad y el tiempo. Nuestros encuentros tienen tanta historia que no se agotan las memorias ni las risas, los silencios que ahogan la mirada. Ricardo, que tiene ese don de los médicos para dejarnos ver sus alas cuando se resquebraja la salud, es un hombre con excelentes buen humor y remembranzas. Su cuidado trato, su cercanía y bonhomía lo convierten en un guardián. Un amigo médico es bendición para el cuerpo y el alma. Guillermo es una fiesta, a su alrededor siembra la alegría y te da la sensación de estar bajo su protección. Guille, como le decimos sus amigos, te ofrece la seguridad que trasmite su Fe en la ley y sus ojos verdes como el paisaje del provenir. Entre ellos se siente el bien de la amistad, el hogar, la belleza, la esperanza. En estos tiempos amenazantes, el refugio de los amigos.