“DOS CIUDADES”
Esa ambivalencia que no ambigüedad se afianzó con mi trabajo entre el teatro y la televisión, para unos y para otros esa grieta les sirvió de acicate para atacarme, catalogarme de homófilo perverso pero también para acercar interesados y manipuladores en dos capitales enfrentadas, la pacata televisión y el arte socialistoide. Creo que fomenté mi propia guerra porque no le temo ni a la crítica ni a los insultos, y sin embargo si a la traición, especialmente a la ingratitud de los encubiertos. Me acostumbré sin victimizarme sino fortaleciéndome y en especial reconociendo a los fingidores. Hipócritas e ingratos habitan desde siempre mis dos ciudades.
En los setenta, mientras estudiaba Arte en el Instituto Pedagógico de Caracas, pues en esa época no existía Escuela de Arte en la Central, tuve un apartamento en el Paraíso que al principio compartí con mis hermanos Pilar Romero y Javier Vidal, desde donde creamos un grupo que llamamos Tablas 70. Más que un espacio para ensayos se convirtió en mi lugar iniciático. Ahí comencé a disfrutar de mi neurosis en todos los sentidos. Fiestas y educación, arte y negocios, sexo y romances. Desde aquel lugar, entre el oeste de mis inicios y el este de mis nuevos amigos, comencé a conocer los dos villorrios que cohabitan en Caracas, como en mi neurosis juvenil.
Mi primera obra de teatro “Cuatro esquinas” y la internacional “Jav&Jos”, hoy día en cartelera en la plataforma MimiLazo.net con una extraordinaria versión audiovisual de Luis Fernández, son un ejemplo de la dualidad de mis caracteres teatrales. Dos personajes que parecen ambas caras de una misma moneda. Dos que se preguntan, se contraponen, se contradicen, en la búsqueda de unificar un fin, un objetivo, un mundo que parece partido en dos, como la lengua de una víbora. Una angustia personal que se extrapola a lo social. Una búsqueda de una mejor sociedad que se conjugué en las diferencias. Uno y el otro de sí mismo. En guerra.
Caracas siempre fueron dos, en algún momento el límite se movió desde la Plaza Bolívar del centro histórico hacia la Plaza Venezuela, luego hasta la Plaza de Chacaíto, y ahora dicen que en la Plaza Altamira. Pero también hay más ciudades, la del Sur y la del Norte, y no me refiero solo a su sentido geográfico sino demográfico.
La televisión me permitió dirigirme a ese demográfico cercano, conocido de los barrios del Sur donde nació el Grupo Theja; del Norte donde aún vivo; del Este de mis amistades y el Oeste de mis primeros estudios caraqueños. De Catia y Petare, de Los Manolos y el Valle. El teatro también tuvo su público diverso, amplio, abierto en más de un sentido en nuestro pequeño gran teatro de Los Manolos, de donde venían nuestros trabajadores técnicos y obreros, el público de los ensayos generales, los niños de nuestros talleres vacacionales sin costos, y el público universitario, el público progre, el público gay.
Hoy Caracas está más dividida, es menos inclusiva y tolerante. Caracas es ahora un lugar de envidias, de resentimientos, de revanchas y quítame esta paja. Como aquel viejo dicho de los sesenta es más Caracas Mortal. La ciudad del desprecio de unos hacia otros. Ya no somos habitantes que disfrutamos de sus ambientes diversos, cosmopolita, móviles, posmodernos. No asombra ver que mientras en una parte de la ciudad hay una guerra fratricida, en otro lado existe una casta nueva rica que vive a plenitud del lujo. Impacta, nos recrea una nueva geografía y memoria.
No niego que siempre existieran diferencias sociales, contradictorias en un país que tuvo tantas oportunidades nacidas en la bonanza económica y de libertades democráticas, y conozco por experiencia, incluso propia, que la movilidad social era posible en base al estudio, el esfuerzo, el emprendimiento, la integridad. Pero hoy parece que todo fuera más perverso, y las dos ciudades se están devorando a ambas generaciones, me refiero a la del lujo y la del hambre. A unos porque el estómago vacío los hace presa fácil de la manipulación y a otros porque la corrupta ostentación los hace débiles concupiscentes.
Caracas no se ve igual desde sus distintos puntos cardinales y se vive profundamente distinta, maléfica, brutal, desalmada porque nos quitaron nuestra manera de amarla en sus diferencias.