De voz rigurosa, ronca, como una orden militar. A su paso, intimidaba. De carácter dominante, sabía el peso que le daba ser la primera figura del canal más importante de Venezuela y su maestra de actuación.
Poco permisiva con la falta laboral. Nadie entraba a su clase fuera de la hora acordada. Por eso, la decana de los actores fue juzgada como autoritaria. También intransigente con la mentira profesional. Más aún, si el trabajo de sus alumnos pretendía mostrar verdad interpretativa.
Aunque logró el estigma de mujer implacable, fue beatificada como La Institución en la televisión: Amalia Pérez Díaz, temida por muchos, respetada por todos.
Pisar por primera vez RCTV en el 2002 y enterarme de todas estas referencias, de mitos –o tal vez verdades– en torno a la personalidad de Doña Amalia. Ya estaba advertido de no cometer ninguna de mis acostumbradas impertinencias. Según comentaban, ella no permita ningún desliz y menos de jóvenes que alardearan de ser “graciosos”.
Lo cierto es que nuestro primer encuentro ocurrió en la sala de maquillaje. Cuando la ilustre señora entró, sobrevino el silencio. Sus ojos descubrieron los míos y extrañamente había nacido para mí la sonrisa más inolvidable que me llevo hasta ahora del medio artístico. “Pareces un andinito”, me dijo con regocijo haciendo alusión a mis cachetes rojos. Yo solo pude devolverle un tembloroso “gracias”.
Al año, me gané a pulso la fama de insoportable en todo el país por el programa Ají Picante. Esa realidad tampoco era ajena dentro del canal. Nadie tenía la más mínima intención de acercarse. Me tenían pavor. Lo cierto es que, en una fiesta de Navidad de los empleados del canal, no había tampoco el deseo de incorporarme a ninguna de las mesas, hasta que la temida Doña Amalia nuevamente me sorprendió con una sonrisa de oreja a oreja. Cuentos iban y venían. Toda esa tarde viví y disfruté el cariño de la más intimidante y, a su vez, me preguntaba en qué se parecía mi versión de la gran Amalia Pérez Díaz de aquella que la definía como Doña Querrequerre por los años de 1980.
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Así se le llamaba dentro de los estudios de televisión y en las aulas de clases se le adjudicó el vocablo protocolar de Doña. Respeto suele tener esta distinción, pero ese título también entrañaba todos los personajes de la literatura de fuerte temperamento. Doña Bárbara, un gran ejemplo.
Mientras que el querrequerre es un pájaro con muy mala fama -se dice que posee antipáticos rasgos conductuales que caracterizan su mal humor- lo cierto es que este tipo de ave suele ser agresivo solo y cuando otros voladores invaden su territorio. En relación con el exótico animal, Doña Amalia se opuso contundentemente a la falta de preparación, de modo que quien no compartiera la rigurosidad por su profesión dentro de un estudio de televisión se ganaba su severidad.
Hilda Abramhaz recién salida del certamen Miss Venezuela, me comentó que jamás olvidará las veces que la maestra la observaba fijamente hasta lograr intimidarla. “Me hacía sentir chiquita nada más con mirarme, imagínate el peso que tenían los ojos de Amalia Pérez Díaz para una novata salida de un concurso de belleza».
Ciertamente, las misses tenían un trato más estricto y eso es mucho decir. Después de meses de preparación con la respetable docente y tras grandes intentos de memorizar un parlamento, Jacqueline Aguilera, Miss Mundo 1995, recibió un consejo determinante que la ex reina recuerda así: “´No niña, tú no sirves para esto, tú no vales para ser actriz´, y si eso te lo dice la gran Amalia Pérez Díaz no tenías nada que discutir. Al final lo dijo con razón, soy disléxica y con grandes problemas para memorizar”.
Gabriel Fernández, artísticamente conocido como el chamo Gabriel, me confesaría que sus piernas no paraban de temblarle cuando se cruzó por primera vez con la maestra; mientras que el actor Adolfo Cubas se recuerda con soriasis y con frecuentes ataques de nerviosismo causados por el estrés al recibir las directrices de la implacable primera actriz.
Más allá de ese esquema de enseñanza para muchos autoritario, a Doña Amalia se le acredita haber formado exitosamente dos generaciones de actores en el país. Fue responsable del histrionismo sólido de los jóvenes talentos de las telenovelas en los años dorados de nuestra pantalla. Su popularidad como docente trascendió el muro de RCTV. El canal de la competencia inmediata –Venevisión– puso la formación de sus noveles intérpretes en manos de la principal figura de Quinta Crespo.
“Ella consolidó el oficio, lo hizo una profesión digna y merecedora de respeto”. Así lo comenta la también actriz Amanda Gutiérrez, cuyas palabras encuentran eco en el ahora maestro Javier Vidal, para quien la imagen de Doña Amalia es de gran añoranza: “Uno extraña la figura y más aún porque no entregó testigos, ¿quién llena la vacante? Pues nadie.”
Para Doña Amalia, al estudio de televisión se llegaba a trabajar. Con la letra aprendida. La puntualidad era una obligación. La credibilidad de escena, una norma. El silencio de los asistentes, otra de las inflexibles reglas. A la hora del cinco y acción, no permitía desaciertos de ningún tipo. Todo debía estar perfectamente sincronizado. Después de todo, era el momento para que los actores demostraran de qué estaban hechos. Y entendiendo que la labor del maestro nunca termina, su presencia siempre merodeaba los estudios de RCTV: evaluando, ajustando los detalles, exigiendo compromiso y recordando lo importante del respeto para el oficio.
Todavía recuerdo su risa a carcajadas, contagiosa en aquella tarde decembrina. Grabé Ají Picante a su lado y asegurando que jamás había besado a nadie en ninguna telenovela, colocó sus labios sobre los míos. Corroboré su ternura. Por supuesto, le saqué punta hasta el cansancio a ese beso en mi extinto programa.
Para todos en el medio su recuerdo está latente; sus expresivos ojos azules colorean la memoria del colectivo; el respeto a su figura continúa siendo un ejemplo; su nombre forma parte de la cultura del país y su carácter rememora el profesionalismo que necesita hoy por hoy y de manera urgente nuestro medio artístico.
Me cuentan que, en 2013, cuando RCTV inició grabaciones como productora, la puerta del estudio principal se cerró de forma inesperada y estrepitosa. El silencio llegó al lugar con el temblor de aquel golpe. Ante el mutismo de los presentes, un camarógrafo suspiró y en voz alta, dijo: “Señores, acaba de hacer entrada Doña Amalia, La Querrequerre”.